3. El marco teológico fundamental

Extracto del estudio "La formación de la conciencia en materia social y política según las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá", publicado en Romana nº 24, enero-junio de 1997

En los escritos del Beato Josemaría se advierte claramente la presencia constante y unificante de «una comprensión singularmente rica y coherente del misterio de Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre», que permite encontrar en la «Encarnación del Verbo el fundamento perennemente actual y operativo de la transformación cristiana del hombre y, a través del trabajo humano, de todas las realidades creadas»18. Glosando las enseñanzas de la Epístola a los Colosenses (1, 19-20), el Fundador del Opus Dei afirma: «No hay nada que pueda ser ajeno al afán de Cristo. Hablando con profundidad teológica, es decir, si no nos limitamos a una clasificación funcional; hablando con rigor, no se puede decir que haya realidades —buenas, nobles, y aun indiferentes— que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con sus manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el dolor y la muerte» 19. Y, refiriéndose de modo más directo al tema que nos ocupa, añade: «La tarea apostólica que Cristo ha encomendado a todos sus discípulos produce, por tanto, resultados concretos en el ámbito social. No es admisible pensar que, para ser cristiano, haya que dar la espalda al mundo, ser un derrotista de la naturaleza humana [...]. El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro»20.

El principio cristológico que acabamos de mencionar determina la visión que el Beato Josemaría tiene de lo que significa para un cristiano estar en el mundo y vivir en el mundo o, con otras palabras, su concepción de la secularidad. Esta se traduce en lo que podríamos llamar el principio de responsabilidad y de participación: vivir en el mundo significa sentirse responsable de él, asumiéndose la tarea de participar en las actividades humanas para configurarlas cristianamente. «Estad presentes sin miedo en todas las actividades y organizaciones de los hombres —escribía en 1959—, para que Cristo esté presente en ellas. Yo he aplicado a nuestro modo de trabajar aquellas palabras de la Escritura: ubicumque fuerit corpus, illic congregabuntur et aquilae (Matth. XXIV, 28), porque Dios Nuestro Señor nos pediría cuenta estrecha, si, por dejadez o comodidad, cada uno de vosotros, libremente, no procurara intervenir en las obras y en las decisiones humanas, de las que depende el presente y el futuro de la sociedad»21. Late en estas palabras una aguda percepción del sentido ético y religioso de la interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que en la sociedad moderna ha adquirido una dimensión mundial. Desde los inicios de su actividad, el Fundador del Opus Dei advirtió la necesidad de no encerrar en límites estrechos, provincianos, la solidaridad cristiana, a la vez que, con prudente realismo, aclaraba que la solidaridad comienza con los que están más cerca. La preocupación santa de un cristiano —escribía en 1933— «empieza por lo que tiene a su alcance, por el quehacer ordinario de cada día, y poco a poco extiende en círculos concéntricos su afán de mies: en el seno de la familia, en el lugar de trabajo; en la sociedad civil, en la cátedra de cultura, en la asamblea política, entre todos sus conciudadanos de cualquier condición social sean; llega hasta las relaciones entre los pueblos, abarca en su amor razas, continentes, civilizaciones diversísimas»22.

Particularmente interesante y complejo es el modo en el que, según el Fundador del Opus Dei, esta responsabilidad por el mundo debe actuarse. En muchas de sus reflexiones se advierte el eco del Sermón de la Montaña, que contiene un mensaje caracterizado por una novedad que no implica ruptura, sino cumplimiento23: las enseñanzas del Señor no rompen con los contenidos más nobles de la ley de Moisés y de la moral simplemente humana, sino que los llevan a su plenitud, los interiorizan y radicalizan, conduciéndolos así a su más cumplida expresión, libre de extenuantes casuísticas. Esta perspectiva, que refleja fielmente la lógica de la Encarnación, tiene numerosas aplicaciones en los escritos que examinamos; de muchas de ellas, como son —por ejemplo— la convicción de que entre la fe y la ciencia existe una perfecta armonía, o la alta estima de las virtudes humanas, no podemos ocuparnos ahora. Por lo que respecta a nuestro tema, interesa destacar el alto valor que se reconoce y concede a las realidades creadas y, más concretamente, a la libertad personal, principal don natural concedido por Dios al hombre, y a la autonomía y consistencia propia de las realidades terrenas24.

La autonomía y consistencia de las realidades temporales implica, en los escritos del Beato Josemaría, el imperativo de conocer y respetar su dinámica intrínseca, fruto de la racionalidad que la Sabiduría del Creador ha impreso en sus obras, y por consiguiente una exigencia de competencia técnica y profesional, presupuesto imprescindible de cualquier proyecto apostólico para la santificación del mundo desde dentro. «El cristiano, cuando trabaja, como es su obligación, no debe soslayar ni burlar las exigencias propias de lo natural. Si con la expresión bendecir las actividades humanas se entendiese anular o escamotear su dinámica propia, me negaría a usar esas palabras. Personalmente no me ha convencido nunca que las actividades corrientes de los hombres ostenten, como un letrero postizo, un calificativo confesional. Porque me parece, aunque respeto la opinión contraria, que se corre el peligro de usar en vano el nombre santo de nuestra fe, y además porque, en ocasiones, la etiqueta católica se ha utilizado hasta para justificar actitudes y operaciones que no son a veces honradamente humanas»25.

Esta misma perspectiva, cuando se despliega en el ámbito social, da lugar a una comprensión profunda de la naturaleza y consistencia propia de las relaciones sociales. Dios no crea sólo individuos, crea también relaciones sociales —como es, por ejemplo, la familia—, cuya dinámica ha de ser conocida, apreciada y respetada, si es que queremos también redimirla. Podríamos quizá precisar más: Dios no crea individuos, crea personas, y por eso crea también relaciones. Durante muchos años ha sido dominante en las ciencias sociales la tendencia a definir la existencia humana como una polaridad entre el individuo, entendido como un átomo, y el Estado; a lo más, se admitía un tercer polo: el mercado. Sólo recientemente, con el desarrollo de la sociología del tercer y cuarto sector, se está superando ese estrecho planteamiento26. El Fundador del Opus Dei nunca entró en debates metodológicos con las ciencias sociales, pero sus enseñanzas y sus iniciativas en el ámbito de la familia, de la enseñanza, de la promoción social, de los medios de comunicación social, etc., demuestran que poseía una visión de los «sujetos sociales»27 mucho más amplia de la que era habitual en muchos estudiosos de lo social. Probablemente esta sensibilidad procedía de su profunda meditación y de su personal elaboración de los presupuestos de la Doctrina social de la Iglesia, aunque un juicio definitivo sobre esta hipótesis sólo lo podremos formular cuando sea posible realizar un estudio detenido sobre la génesis y fuentes de su concepción de la especificidad de lo social, en cuanto realidad diversa de lo estatal y de lo simplemente privado28.

El Fundador del Opus Dei poseía también una clara conciencia de que las actividades sociales y políticas no son simples enunciaciones de principios perennes, sino concretas realizaciones de bienes humanos y sociales en un contexto histórico, geográfico y cultural determinado, marcadas por una contingencia al menos parcialmente insuperable, que por otra parte es característica de todo lo práctico. Por eso, afirmaba que «nadie puede pretender en cuestiones temporales imponer dogmas, que no existen. Ante un problema concreto, sea cual sea, la solución es: estudiarlo bien y, después, actuar en conciencia, con libertad personal y con responsabilidad también personal»29. Pero con esto no pretendía decir que todo lo que hay en esta tierra es contingente, ya que propagaba a los cuatro vientos, sin respetos humanos, las exigencias éticas universalmente válidas. Su pensamiento queda claramente reflejado en el n. 275 de Surco: «No me olvides que, en los asuntos humanos, también los otros pueden tener razón: ven la misma cuestión que tú, pero desde distinto punto de vista, con otra luz, con otra sombra, con otro contorno. —Sólo en la fe y en la moral hay un criterio indiscutible: el de nuestra Madre la Iglesia»30.

Este sentido de la limitación de todo proyecto humano de realización concreta de valores influyó notablemente en su modo de entender el principio de libertad, así como en su resistencia a tolerar la imposición de criterios únicos sobre problemas que admitían diversas soluciones igualmente compatibles con la conciencia cristiana: «son arbitrarias e injustas las limitaciones a la libertad de los hijos de Dios, a la libertad de las conciencias o a las legítimas iniciativas. Son limitaciones que proceden del abuso de autoridad, de la ignorancia o del error de los que piensan que pueden permitirse el abuso de hacer discriminaciones nada razonables. Ese modo injusto y antinatural de proceder —porque va contra la dignidad de la persona humana— no puede nunca ser camino para convivir, ya que ahoga el derecho del hombre a obrar según su conciencia, el derecho a trabajar, a asociarse, a vivir en la libertad dentro de los límites del derecho natural»31

Al principio de libertad ya hemos aludido, aunque desde una perspectiva muy limitada. Hemos dicho, en efecto, que la conciencia del carácter exclusivamente espiritual de su misión sacerdotal y de la finalidad del Opus Dei le llevó a no expresar opiniones ni a sugerir soluciones sobre problemas concretos. Los que le seguían y los que le escuchaban eran libres de tener cualquier opinión compatible con la fe y la moral cristianas. Esta línea de conducta se ve ulteriormente reforzada por el sentido de la autonomía y la consistencia específica de las realidades temporales y, además, por la inevitable dosis de contingencia e incertidumbre de las soluciones prácticas que un determinado problema puede recibir aquí y ahora. Pero para comprender el significado que el principio de libertad tiene en el pensamiento del Beato Josemaría se han de dar varios pasos más.

La libertad, en efecto, aparece en sus escritos como un valor sustancial, indisolublemente unido al principio de responsabilidad y, por tanto, a la participación y a la solidaridad. La presencia del principio de responsabilidad permite entender que la libertad no es para él ni un valor meramente formal, ni solamente procedimental, ni mucho menos es la expresión de una concepción individualista-atomista del hombre; pero el que la responsabilidad sea vista como inseparablemente unida al principio de libertad, lleva a rechazar cualquier tipo de providencia social que lesione o suprima la «subjetividad» de las formaciones sociales, es decir, que elimine la libertad o que de un modo u otro genere irresponsabilidad. Nos parece, en definitiva, que si quisiéramos expresar en una fórmula sintética la perspectiva que unifica el pensamiento del Beato Josemaría Escrivá sobre la acción social y política del cristiano, esa fórmula no sería otra que la del nexo indisoluble entre la libertad personal y la correspondiente personal responsabilidad.

Notas

18) C. FABRO, La tempra di un Padre della Chiesa, cit., p. 115. Sobre este punto véase también J. L., CHABOT, Responsabilità di fronte al mondo e libertà, en M. BELDA, J. ESCUDERO, J. L. ILLANES, P. O'CALLAGHAN, Santità e mondo. Atti del Convegno teologico di studio sugli insegnamenti del beato Josemaría Escrivá, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1994, pp. 197-198.

19) Es Cristo que pasa, n. 112.

20) Ibid., n. 125.

21) Carta, 9-I-1959, n. 20; cfr. también Forja, n. 715. En muchas otras ocasiones, el Beato Josemaría hizo reflexionar sobre el fundamento cristológico del concepto de secularidad: «Se dan, a veces, algunas actitudes, que son producto de no saber penetrar en ese misterio de Jesús. Por ejemplo, la mentalidad de quienes ven el cristianismo como un conjunto de prácticas o actos de piedad, sin percibir su relación con las situaciones de la vida corriente, con la urgencia de atender a las necesidades de los demás y de esforzarse por remediar las injusticias. Diría que quien tiene esa mentalidad no ha comprendido todavía lo que significa que el Hijo de Dios se haya encarnado, que haya tomado cuerpo, alma y voz de hombre, que haya participado en nuestro destino hasta experimentar el desgarramiento supremo de la muerte. Quizá, sin querer, algunas personas consideran a Cristo como un extraño en el ambiente de los hombres. Otros —en cambio— tienden a imaginar que, para poder ser humanos, hay que poner en sordina algunos aspectos centrales del dogma cristiano, y actúan como si la vida de oración, el trato continuo con Dios, constituyeran una huida ante las propias responsabilidades y un abandono del mundo. Olvidan que, precisamente Jesús, nos ha dado a conocer hasta qué extremo deben llevarse el amor y el servicio. Sólo si procuramos comprender el arcano del amor de Dios, de ese amor que llega hasta la muerte, seremos capaces de entregamos totalmente a los demás, sin dejarnos vencer por la dificultad o por la indiferencia» (Es Cristo que pasa, n. 98).

22) Carta, 16-VII-1933, n. 15.

23) Cfr. por ejemplo Mt 5, 17 ss.

24) Ya dijimos que no afrontamos en estas páginas el estudio diacrónico del pensamiento de nuestro autor. Pero no sería difícil demostrar que esta viva sensibilidad por la autonomía y consistencia de las realidades temporales está presente desde el principio de la actividad del Fundador del Opus Dei, es decir, desde el final de los años 20 de este siglo, mucho antes por tanto que la temática fuese tratada por la Const. Gaudium et spes del Concilio Vaticano II.

25) Es Cristo que pasa, n. 184.

26) Cfr. por ejemplo P. DONATI, Pensiero sociale cristiano e società post-moderna, Editrice A.V.E., Roma 1997; dirigida por el mismo autor, Sociologia del terzo settore, Nis, Roma 1996.

27) Cfr. en este sentido JUAN PABLO II, Enc. Centesimus annus, nn. 46 y 49. Con la referencia a esta encíclica, y a la concepción en ella propuesta de la «subjetividad de lo social», queremos aclarar, entre otras cosas, que no nos referimos aquí al «corporativismo» defendido por algunas corrientes de pensamiento social de inspiración cristiana. Ésta concepción «corporativista» no aparece en los escritos del Fundador del Opus Dei.

28) A cuanto decimos sobre la percepción de la especificidad de lo social no puede oponerse el hecho de que, cuando a partir de los años 60 diversos ambientes teológicos católicos se mostraban partidarios de aceptar el análisis social marxista como principio de hermenéutica teológica, el Fundador del Opus Dei insistiese, en sus conversaciones y en sus escritos, en el carácter personal de la salvación y de la liberación del pecado, oponiéndose a los que reducían el Cristianismo a un cambio de las estructuras sociales. Siguiendo las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, el Beato Josemaría afirmaba la incompatibilidad del marxismo con la fe católica, a la vez que manifestaba su convicción de que «dentro del cristianismo hallamos la buena luz que da siempre respuesta a todos los problemas: basta con que os empeñéis sinceramente en ser católicos» (Amigos de Dios, n. 171). Mientras decía estas cosas, puso en marcha, especialmente en países en que advertía la existencia de llamativas desigualdades sociales, diversas obras de promoción social, en el ámbito de la formación profesional de jóvenes, campesinos, amas de casa, etc.

29) Conversaciones, n.77.

30) Surco fue publicado póstumamente (Rialp, Madrid 1986).

31) Carta, 11-III-1940, n. 65.

Angel Rodríguez Luño