“Comprender que se puede ofrecer a Dios el dolor ha sido para mí un tesoro y me ha ayudado a no guardar rencor”

Adelina Kola nació en Río Ekuku, en Bata (Guinea Ecuatorial). Es viuda y tiene ocho hijos. Por problemas de salud viajó a España, donde conoció el Opus Dei y descubrió su vocación.

Tras la independencia de Guinea Ecuatorial, el marido de Adelina ocupó un cargo en el gobierno, del que fue cesado, acusado de promover una huelga de funcionarios en protesta por la corrupción. Fue encarcelado y torturado. Falleció de una paliza. Adelina, con 39 años y ocho hijos pequeños fue entonces encarcelada con ellos durante año y medio realizando trabajos forzados.

Por problemas de salud viajó a España, donde reside actualmente. En este país conoció el Opus Dei y descubrió su vocación.

“Cuando detuvieron a mi marido pasé a ser una ‘persona non grata’, no podía trabajar como maestra, que era mi profesión e incluso a algunos de mis hijos les prohibieron ir al instituto o se negaron a examinarlos.

Antes de encerrar a mi marido en la cárcel, lo confinaron en el pueblo. Un día nos fuimos a hablar a la playa y me dijo: “Adelina, si me ocurriese alguna cosa, si me muriera, me gustaría que te mantuvieras en la situación en que te he dejado. Si te vuelves a casar, busca una persona honrada, no te rebajes”. Yo le dije que no encontraría a nadie como él. Prefería mantenerme, con la gracia y ayuda de Dios, cuidando de mis hijos y en paz.

Durante ese tiempo, como en el colegio había aprendido corte y confección, me dedicaba a coser. Cuando mi marido ya estaba preso, tenía que ir por la mañana a llevar la comida, porque cada familia tenía que preocuparse de los suyos: si estás preso y nadie te trae comida, no comes. Yo llevaba de comer a mi marido y a un antiguo alumno y le pedí a una prima mía que se encargara de otro chico que también había sido alumno mío. Por culpa de esto la detuvieron. De lo que sufrió allí salió enferma de la cárcel y murió. Me sentí responsable: le pedía perdón al Señor, porque si yo no se lo hubiera encargado no la hubieran cogido, pero lo hice con la intención de cuidar a los necesitados.

Una tarde mi sobrino, que también estaba preso me dijo que mi marido estaba mal. Resulta que había un preso al que estaban pegando los guardas. Tenían que darle cincuenta palos. Se quedó sin sentido y seguían pegándole. Entonces mi marido se levantó y les dijo: “¿Queréis que se muera este hombre? ¿No os dais cuenta de que ni siquiera grita, que está insensible?”. El guarda le contestó: “¿Tú también quieres que te dé?”. Y él respondió “Lo que le falta a él, dámelo a mí, porque se va a morir”. Mi marido se tumbó y le dieron veinticinco palos; después cogió su machete y se fue a trabajar. Cuando aquel señor salió de la cárcel vino a mi casa a agradecérmelo porque aquel acto le había salvado la vida. 

Mi marido murió poco después, de otra paliza: tenía una herida en la cabeza y otra en el costado, bastante profunda, además le habían cortado una oreja. Así le mataron. Un militar extranjero me dijo que era el único país de África donde había visto torturar a los presos políticos.

Pude darle sepultura. Menos mal que me lo permitieron, porque a algunos los echaban en la fosa común. Los hijos que estaban allí también me acompañaron. Ese día el sacerdote que atendía a los presos me dijo: “Adelina, tu marido está en el Cielo, se ha salvado porque es un hombre santo”. 

A pesar del dolor, nunca tuve la tentación de la venganza. En una de las conversaciones con mi marido, cuando estaba confinado, me dijo que me guardara del odio y del rencor. Yo le contesté: “No tengo rencor a nadie. Solamente Dios juzga los corazones de la gente”. He perdonado. Me cruzo a veces con las personas que sé que enviaron a la cárcel a mi marido y no les guardo rencor. Uno de ellos emparentó con nosotros por el matrimonio de uno de sus hijos con una sobrina mía. Ninguno de mis hijos quiso ir a la boda pero yo sí fui.

A pesar del dolor, nunca tuve la tentación de la venganza. En una de las conversaciones con mi marido, cuando estaba confinado, me dijo que me guardara del odio y del rencor.

Comprender que se puede ofrecer el dolor, físico o moral, ha sido para mí un tesoro. Si Jesús mismo, que es el Hijo de Dios, al que el Padre quiere tanto, ha sufrido en la Cruz, ¿cómo voy a sorprenderme de que yo también tenga sufrimiento?”.

Tras la muerte de su marido, fueron a buscar a Adelina y la encarcelaron con casi todos sus hijos. Estuvo un año y medio en prisión, realizando trabajos forzados. Salieron después del golpe de estado.

En España, un descubrimiento

Al empeorar su salud, Adelina se trasladó a España, para seguir un tratamiento, y se quedó. Ella había oído algo del Opus Dei, y deseaba encontrar una institución que le ayudara a vivir cara a Dios en sus circunstancias. Pero pasó un tiempo antes de que la conociera a fondo y se diera cuenta de que era la respuesta a su petición de tanto tiempo.

“Había oído hablar de la Obra en Guinea, a través de un primo de mi marido, que había estudiado en Navarra. Me gustó su forma de actuar. Más adelante, cuando mis hijos me hicieron venir a España, estuve buscando un lugar donde se reunieran personas para formarse cristianamente.

"En el Opus Dei he aprendido qué significa ser hija de Dios, saber que es un Padre que te quiere, pase lo que pase"

Conocí a algunas personas del Opus Dei y comencé a ir por un Centro. Después de algún tiempo me dije: “Esto es lo que estás buscando. ¡Cuántas vueltas me ha hecho dar el Señor hasta venir a caer en la Obra! Esto era lo que Dios quería de mí: estar en mi casa, con mi familia, pero viviendo cara a Él”. Empecé a prepararme, comencé dirección espiritual con un sacerdote de la Obra, fui primero cooperadora y, al cabo de un tiempo ya pedí la admisión. Y aquí estoy.

Yo desde pequeña tenía una vida cristiana, iba a Misa, me confesaba, rezaba el Rosario... Pero en el Opus Dei he aprendido qué significa ser hija de Dios, saber que es un Padre que te quiere, pase lo que pase.

A veces me dicen que el Opus Dei es para gente rica yo les contesto que están equivocados porque yo soy del Opus Dei y no tengo donde caerme muerta. ¿Dinero? No tengo dinero. La Obra, como la Iglesia, pretende que la gente se salve, que sea santa, que se santifique a través del trabajo y el apostolado. Tú, por ejemplo, has encontrado una mina. Dices: “Esta mina es tan grande y tan rica que yo sólo no me la voy a quedar, lo que voy a hacer es llamar a mis familiares, a mis amistades, para que podamos participar y que todos podamos disfrutar de ella”. Es lo que está haciendo el Opus Dei, hablar de Dios y de la santificación del trabajo y de esta manera hacer apostolado para que otras personas también sigan el mismo camino y sean santos”.