Decimocuarto día con San Josemaría

Para preparar el próximo 26 de junio, festividad de San Josemaría, publicamos cada día algunos fragmentos del libro "15 días con Josemaría Escrivá" de D. Guillaume Derville, editado por Ciudad Nueva

Los discípulos de Emaús El amor sin orillas

María Magdalena no había reconocido a Cristo inmediatamente, creyendo en un primer momento que se trataba del jardinero. El mismo día, los dos discípulos que se alejan de Jerusalén, de camino hacia Emaús, tampoco reconocen el cuerpo glorioso del Maestro. ¡Siempre Cristo, «que pasa»! (Es Cristo que pasa 71). Sin duda esconde sus manos traspasadas por nuestros pecados. Sin duda también les falta esperanza. Marchan con Jesús, que los acompaña, como en nuestros caminos. No saben que es Él, y nosotros tampoco; a menudo no le reconocemos.

Habla dirigiéndose a su inteligencia y a su corazón, con paciencia, «comenzando por Moisés y recorriendo todos los profetas», les interpreta «lo que hay sobre Él en todas las Escrituras» (Lc 24, 27). Del mismo modo que Moisés marchó cuarenta años por el desierto, Jesús pasó en él cuarenta días. Moisés es quien entrega la Antigua ley, y Jesús es el legislador de la Nueva; Moisés liberó a su pueblo, Jesús ha venido a liberarnos a todos. Moisés cruzó el mar Rojo, Jesús camina sobre las aguas. Josué, cuyo nombre significa también «Dios salva», igual que el de Jesús, introdujo al pueblo en la tierra prometida; Jesús les abre el cielo. Hijo de David, es el Señor (cf. Mt 22, 44). Los dos discípulos caminan cautivados por las palabras de aquel desconocido, que a la vez resultaba tan familiar.

Precisamente el sol poniente anuncia la caída de la noche. Jesús hace ademán de proseguir su camino; los dos hombres le insisten para que se quede con ellos: «Quédate con nosotros, porque es tarde y ya ha declinado el día» (Lc 24, 29).

El amor que Dios pone en el corazón de los discípulos de Emaús se desborda. Tiene necesidad de comunicarse, y cuanto más se da, más crece. Eso es el apostolado de amistad y de confidencia (Surco 192). «¿No es verdad que nuestro corazón ardía dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En aquel mismo momento parten hacia Jerusalén, desde donde el Evangelio deberá ser predicado a todas las naciones (cf. Lc 24, 33.47). Es la Iglesia que nace: comunión de los santos, signo de la unión con Dios y de la unidad entre los hombres, pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu Santo. Esta comunión es un mar sin orillas (CV 57), amor desbordado al que cada bautizado es llamado constantemente, pues todo el espacio de una existencia es poco para ensanchar las fronteras de tu caridad (Amigos de Dios 43).

Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ése será tu apostolado. Y, sin que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con una conversación natural, sencilla –a la salida del trabajo, en una reunión de familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte– charlaréis de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no quieran darse cuenta: las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar de verdad a Dios. Pídele a María, «Regina apostolorum», que te decidas a ser partícipe de esos deseos «de siembra y de pesca», que laten en el Corazón de su Hijo. Te aseguro que, si empiezas, verás, como los pescadores de Galilea, repleta la barca. Y a Cristo en la orilla, que te espera. Porque la pesca es suya (Amigos de Dios 273).

Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.