Edificar sobre la oración y el sacrificio

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Escrivá entendía que en una empresa espiritual el orden debía ser “oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción” [1] . Su primera preocupación, por tanto, fue intensificar su propia oración y penitencia y buscar las oraciones y sacrificios de otras personas. En una meditación predicada pocos meses antes de su muerte dijo: “¿Qué puede hacer una criatura que debe cumplir una misión, si no tiene medios, ni edad, ni ciencia, ni virtudes, ni nada? Ir a su madre y a su padre, acudir a los que pueden algo, pedir ayuda a los amigos... Eso hice yo en la vida espiritual. Eso sí, a golpe de disciplina, llevando el compás. Pero no siempre: había temporadas en que no” [2] .

Escrivá estaba convencido de que “después de la oración del Sacerdote y de las vírgenes consagradas, la oración más grata a Dios es la de los niños y la de los enfermos” [3] . Buscaba ansiosamente las oraciones de sacerdotes, y llegaba incluso a pararles por la calle, aunque no los hubiese visto nunca, para pedirles que rezaran por sus intenciones. En sus frecuentes visitas a enfermos y moribundos les rogaba que rezaran y ofrecieran sus sufrimientos por una intención suya.

Cada mañana, en su camino para celebrar la Santa Misa se encontraba con una mendiga que estaba siempre en el mismo sitio, pidiendo limosna. Un día se acercó a ella y le dijo, haciendose eco de las palabras de san Pedro en los “Hechos de los Apóstoles”:

“-Hija mía, yo no puedo darte oro ni plata; yo, pobre sacerdote de Dios, te doy lo que tengo: la bendición de Dios Padre Omnipotente. Y te pido que encomiendes mucho una intención mía, que será para mucha gloria de Dios y bien de las almas. ¡Dale al Señor todo lo que puedas!

Al poco tiempo, uno de los días que pasé a celebrar la Santa Misa, no estaba, tampoco al otro... Como en esa época íbamos a visitar los hospitales, en uno de ellos me encontré con esta mendiga en una de las salas.

-Hija mía, ¿qué haces tú aquí, qué te pasa?

Me miró y me sonrió. Estaba gravemente enferma. Le indiqué: mañana celebraré la Misa pidiéndole al Señor que te ponga buena. La mendiga me contestó:

-Padre, ¿cómo se entiende? Usted me dijo que encomendase una cosa que era para mucha gloria de Dios y que le diera todo lo que pudiera al Señor: le he ofrecido lo que tengo, mi vida.

Sólo le dije: "Haz lo que quieras, pero le pediré al Señor por ti, y si te vas, cumple muy bien este encargo".

"Yo os digo que, desde que aquella pobre mendiga se fue al Cielo, es cuando la Obra comenzó a caminar deprisa" [4] .

[1] Josemaría Escrivá de Balaguer. Ob. cit. n. 82

[2] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 315

[3] Josemaría Escrivá de Balaguer. Ob. cit. n. 98

[4] José Miguel Cejas. JOSÉ MARÍA SOMOANO. EN LOS COMIENZOS DEL OPUS DEI. Ediciones Rialp 1996. p. 112