El auxilio divino

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Además de volcar su cariño en sus hijos del Opus Dei, Escrivá les recordaba sin cansancio que Dios les quería como Padre. Ayudados por la fe viva de Escrivá, los miembros de la Obra vieron el cuidado amoroso de Dios por ellos en las situaciones diarias. En más de una ocasión, sin embargo, la providencia divina se manifestó de una forma extraña. A finales de julio de 1938, un amigo contó a Escrivá que un alto funcionario del Ministerio de Hacienda, antiguo rival del padre de Casciaro en la política provincial, se disponía a denunciar a Casciaro. Le acusaba de haber cruzado las líneas para espiar e infiltrarse en un lugar tan sensible como el gabinete de cifra del cuartel general. Casciaro y Miguel Fisac, que estaba de paso en Burgos, intentaron persuadir a la esposa del funcionario para que convenciera a su marido de lo infundado de sus acusaciones. La visita no tuvo éxito.

En la mañana del 1 de agosto de 1938, Escrivá fue con Albareda a visitar al funcionario. Cuando las llamadas a su sentido de la justicia y a su compasión fallaron, Escrivá le avisó del daño espiritual que se estaba infligiendo y de la posibilidad de tener que responder ante Dios ese mismo día por sus obras. Las advertencias de Escrivá cayeron en saco roto. Refiriéndose al relevante puesto que había ocupado el padre de Casciaro en la política provincial en la República y sus supuestos crímenes durante la guerra, el funcionario repetía tozudamente “lo tienen que pagar, el padre o el hijo”. Albareda y Escrivá dejaron la oficina descorazonados.

Mientras bajaba las escaleras, Escrivá murmuraba para sí: “Mañana o pasado, entierro”. Unas horas más tarde, caminando por Burgos, Escrivá vio una esquela en la puerta de una iglesia para anunciar –como era costumbre en España en aquél tiempo– un funeral. El funeral era el de ese funcionario de cincuenta y un años, que había sufrido un repentino ataque y había muerto en su despacho aquella misma mañana, poco después de su encuentro con Escrivá y Albareda.

Cuando Casciaro regresó al hotel, Escrivá le relató, tan delicadamente como pudo, lo que había ocurrido. “Me dijo también que agradeciera a Dios el cuidado que había tenido de mí y de mi padre, aunque el hecho, en sí, fuera tan triste y doloroso (...). Desde aquel día he rezado durante toda mi vida por su alma, y por toda su familia. Estoy seguro de que, por la misericordia divina y la oración del Padre, goza de la Gloria de Dios; y de que el Señor le habrá premiado todas sus obras buenas y le habrá perdonado, sin duda, aquellos momentos de ofuscación, tan comprensibles en el clima turbulento de la guerra” [1] .

[1] Pedro Casciaro. Ob. cit. p. 163