El trabajo apostólico con mujeres en Madrid

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

La Guerra Civil hizo que Escrivá perdiera el contacto con las pocas mujeres que pertenecían al Opus Dei antes de julio de 1936. No habían entendido plenamente el espíritu de la Obra y, en particular, su carácter laical y secular. Con la excepción de “Consideraciones espirituales”, los libros de espiritualidad que tenían a su disposición reflejaban la mentalidad dominante que consideraba que el único camino para una mujer que quería dedicarse enteramente a Dios era dejar el mundo. Si tenían la fortuna de encontrar a un buen confesor y director espiritual, habitualmente les sugería imitar la espiritualidad propia de la vida religiosa; en el peor de los casos, minimizaba sus deseos de buscar la santidad.

Así pues, no sorprende que después de la guerra Escrivá comprobara que su espíritu difería del propio del Opus Dei: habían seguido una espiritualidad basada en la renuncia al mundo y, con gran pesar, les dijo que no podían continuar en la Obra. Casi diez años después del 14 de febrero de 1930, sólo quedaba una mujer en el Opus Dei: Lola Fisac.

Lola entró en el Opus Dei en mayo de 1937. Vivía con su familia en Daimiel. Al comenzar la guerra, su hermano Miguel se había refugiado en su casa. Para no llamar la atención de los censores ni dar pistas sobre su paradero, no escribía a Zorzano ni a Escrivá, sino que le encargaba a Lola que lo hiciera de su parte. De este modo, Lola se puso en contacto con Escrivá por escrito. Miguel le explicó el Opus Dei y le dio un ejemplar de “Consideraciones Espirituales”.

La primera carta que Lola Fisac envió a Escrivá, en abril de 1937, simplemente le hacía saber que Miguel estaba a salvo. La respuesta de Escrivá fue igual de breve y reservada, pero expresaba su esperanza de que algún día ella pudiera ser miembro de su familia. A pesar del velado lenguaje, Lola entendió el mensaje de Escrivá y respondió a finales de mayo de 1937, de modo igualmente discreto, que deseaba pertenecer al Opus Dei. Años más tarde recordaba que, a pesar de no entender del todo la vocación al Opus Dei en ese momento, “me parecía apasionante… y, dentro de mí, formulé la decisión de vivir la llamada a la Obra de manera total y sin condiciones” [1] . Durante los meses siguientes, Lola y Escrivá mantuvieron correspondencia, aunque la censura les obligaba a ser muy discretos.

El 20 abril de 1939 Escrivá viajó a Daimiel para conocer a Lola y agradecer a su familia los paquetes de comida que habían enviado a Isidoro durante la guerra. En una larga conversación, Escrivá le explicó detalladamente la vocación al Opus Dei. Ella reiteró su deseo de pertenecer al Opus Dei y Escrivá le trazó un plan de vida espiritual con media hora de oración diaria, el Rosario, el examen de conciencia y la lectura de la “Historia de un alma” de Santa Teresa de Lisieux. Por encima de todo, le insistía en que cuidara la presencia de Dios, para lo que le ayudaría recitar comuniones espirituales, hacer actos de amor y reparación y dedicar cada día de la semana a una devoción particular: el domingo, a la Santísima Trinidad; el lunes, a las almas del Purgatorio; el martes, a los Ángeles Custodios; el miércoles, a san José; el jueves, a la Eucaristía; el viernes, a la Pasión, y el sábado, a la Santísima Virgen.

Como, previsiblemente, Lola se quedaría con su familia en Daimiel durante una temporada, Escrivá le indicó que escribiera frecuentemente y se esforzara por cultivar la comunión de los santos, por la que los cristianos permanecen unidos. Este consejo quedó más tarde reflejado en “Camino”: “Tendrás más facilidad para cumplir tu deber al pensar en la ayuda que te prestan tus hermanos y en la que dejas de prestarles, si no eres fiel” [2] . “Vivid una particular Comunión de los Santos: y cada uno sentirá, a la hora de la lucha interior, lo mismo que a la hora del trabajo profesional, la alegría y la fuerza de no estar solo” [3] .

En los meses siguientes Lola viajó varias veces a Madrid para hacer diversas gestiones. Aprovechaba esas ocasiones para ver a Escrivá y, también, a su madre y su hermana Carmen.

Escrivá tenía una razón especial para querer que Lola conociera mejor a su madre y su hermana y que pasara tiempo con ellas. En 1935 había escrito que un centro del Opus Dei “no es convento, ni colegio, ni cuartel, ni asilo, ni pensión: es familia” [4] . Para convertir esta idea en realidad, había previsto que, además de llevar a cabo los mismos apostolados que los varones de la Obra, las mujeres del Opus Dei se ocuparían de lo que definió como el “apostolado de los apostolados”. Con esas palabras se refería a la administración doméstica de los centros del Opus Dei para darles el tono y calor propios de un hogar de familia cristiana. Aunque su madre y su hermana nunca pertenecieron la Obra, Escrivá vio claro que el tono que ellas habían dado a su propio hogar era un ejemplo excelente del aire de familia que debía caracterizar la vida del Opus Dei. Al pasar tiempo con ellas, las mujeres del Opus Dei aprenderían a crear ese ambiente en los centros de la Obra.

Durante el tiempo que Lola pasó en Daimiel, Escrivá mantuvo contacto epistolar con ella. En enero de 1940 escribía: “No olvides que Dios sabe más que nosotros y, como suele decirse, escribe derecho con líneas torcidas: cuando menos lo esperamos, si somos fieles, queda todo arreglado y dispuesto” [5] . En otra carta la animaba: “Espero que pronto dispondrá el Señor las cosas de modo que puedas trabajar como deseas. Que estés siempre contenta. La tristeza es aliada del enemigo” [6] . En respuesta a una carta en la que Lola se quejaba de sequedad interior, le decía que no debía preocuparse por sentirla, ya que lo importante era la perseverancia en el cumplimiento de las normas de piedad, aunque a veces haya que arrastrarse.

El trabajo apostólico con mujeres en Madrid

En Madrid, Escrivá buscaba mujeres jóvenes que dieran señales de tener vocación al Opus Dei. En concreto, a quienes pudieran responder a la llamada de Dios a una vida de celibato apostólico y dedicaran todas sus energías a extender el Opus Dei. Confesaba habitualmente en diversas parroquias. Además, pedía a los miembros de la Obra y a los jóvenes que asistían a los medios de formación que rezaran por sus hermanas. Y les decía que les regalaran “Camino” o les animaran a acudir a su confesonario. Cuando Jenner quedaba libre por las vacaciones de los estudiantes, organizaba meditaciones para ellas en el oratorio de la residencia.

Para el otoño de 1940 ya había en Madrid un núcleo de mujeres jóvenes en contacto con el Opus Dei. Seis de ellas habían pedido la admisión en la Obra. Escrivá las animaba a santificar sus estudios o la actividad profesional que desempeñaran. Además, pidió a algunas que ayudaran a su madre y a su hermana en la administración doméstica de Jenner y de los dos centros de varones que ya había en la capital. Las mujeres del Opus Dei no se limitarían a esta tarea, pero Escrivá dejó claro que este trabajo se podía santificar igual que cualquier otro. También subrayaba que, al crear un ambiente agradable en los centros de la Obra, contribuirían de forma principalísima al apostolado que se hiciera en ellos.

En noviembre de 1940 las mujeres de la Obra, alquilaron un piso en la calle Castelló. Ninguna vivía allí. Simplemente lo utilizaron para las actividades de formación. A los pocos meses, estas actividades se trasladaron al centro de Diego de León, a la zona de la casa reservada para la madre y la hermana de Escrivá. Esto facilitaba el contacto frecuente con ellas y permitía a las mujeres de la Obra trabajar con Carmen en la administración de los centros.

[1] AGP P16 III.1998 p. 69

[2] Josemaría Escrivá de Balaguer. Ob. cit. n. 549

[3] Ibid. n. 545

[4] Instrucción 9.1.35, n. 164

[5] AGP P16 IX.1998 p. 77

[6] Ibid. p. 77