En la cárcel de Madrid

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

En agosto de 1932 un joven miembro del Opus Dei, Adolfo Gómez, y otro estudiante, José Manuel Doménech, con quienes Escrivá había trabajado en los filipenses, fueron arrestados por participar en un intento de golpe de estado dirigido por el general José Sanjurjo. El fallido golpe estuvo mal preparado y peor ejecutado. El gobierno conocía todos los detalles del complot y abortó la intentona fácilmente. El levantamiento dio al gobierno la oportunidad de castigar a la oposición, cerrando más de cien periódicos y arrestando a varios cientos de conspiradores. También dio origen a una nueva oleada de ataques a conventos y edificios eclesiásticos, aunque no de la magnitud de la de mayo de 1931.

En cuanto oyó que Gómez había sido arrestado, Escrivá se dispuso a atenderlo. Lo localizó rápidamente y empezó a visitar la cárcel a diario. Llevaba la sotana, a pesar del peligro que suponía. En la cárcel Escrivá no se limitó a hablar con los prisioneros que ya conocía; también se acercaba a otros. Les urgía a considerar frecuentemente que Dios es nuestro Padre y que las cosas suceden para nuestro bien, incluso la amenaza de grandes castigos y hasta de muerte que pendía sobre ellos. Les sugirió también que intentaran utilizar las muchas horas de ocio que tenían para continuar sus estudios, haciéndoles ver el valor sobrenatural de utilizar bien el tiempo.

Unos meses más tarde, se unió a los prisioneros un buen número de anarquistas arrestados por un intento de revolución en el sur de España. Los dos grupos eran irreconciliables. Los pusieron en secciones separadas, pero compartían el mismo patio en las horas de recreo. Los jóvenes conspiradores de derechas estaban furiosos por el contacto diario con gente a quienes consideraban grandes enemigos de su fe y de sus ideales politicos. Escrivá, sin embargo, les animó a acercarse a los anarquistas y hacer amistad con ellos. Siguieron su consejo y los dos grupos terminaron jugando al fútbol, no unos contra otros, sino en equipos mezclados. Uno de los estudiantes que jugaba de portero con dos defensas anarquistas recordaba que “nunca había jugado partidos de fútbol más limpios y menos violentos”. Después de liberados, siguieron en contacto con los anarquistas, algunos de los cuales finalmente volvieron a la Iglesia.