“Enganchada” a la solidaridad

Carmen de Aguirre Castellanos preside la fundación Banco de Alimentos de Badajoz que fundó hace doce años. Es madre de tres hijos y supernumeraria del Opus Dei.

“Durante ocho años -cuenta- fui cooperadora de la Obra. En 1975 inicié, junto con mi marido, el  grupo promotor -formado por seis matrimonios- que puso en marcha dos colegios en Badajoz, uno para niños y otro para niñas. Las primeras cartas para difundir esos colegios salieron de mi casa.

Entonces ni mi marido ni yo éramos del Opus Dei. Luego, descubrí mi vocación y soy supernumeraria desde hace treinta y dos años. Nuestros hijos estudiaron en estos colegios y ahora lo hacen mis tres nietos.

Desde siempre he tenido mucha inquietud por la cuestión social. Me alentaba el ejemplo de mi madre, que fue dama de san Vicente de Paúl, y las enseñanzas de san Josemaría. El primer punto de Camino fue clave para mi vocación: “Que tu vida no sea una vida estéril: sé útil, deja poso...”.

No quería presentarme en el Cielo con las manos vacías, y un día me hablaron de los bancos de alimentos... Lo vi clarísimo: “esto es lo que hace falta”, me dije, y me dediqué de lleno a esta iniciativa. 

Tenemos tres personas contratadas y 26 voluntarios, que consiguen alimentos consumibles y los reparten gratuitamente entre instituciones benéficas de Badajoz. Los almacenes de los que disponemos también son fruto de la solidaridad, lo mismo que las oficinas, el agua, la luz, y las tres furgonetas.

Colaboran con nosotros muchas personas; y en casa, mi marido me ayuda supervisando las cuentas de la Fundación y avisándome cuando nos  faltan fondos: en ese caso, tenemos que ponernos a buscarlos para poder enviar un camión... Mi hija mayor, que es empresaria, colabora también en la medida en que se lo permite su trabajo; y la pequeña nos aporta su visión de abogado, y elabora algunas memorias y documentos.

Con la ayuda de Dios, todo funciona

Tenemos muchos problemas, porque no es sencillo dar de comer a 38.000 personas al año, y obtener y repartir más de dos millones de kilos de comida, como venimos haciendo. Pero cuando las cosas se hacen con la ayuda de Dios, todo funciona. Si no, no habría aguantado durante todo este tiempo.

Atendemos fundamentalmente a entidades, no a personas: ONG de las inspiraciones más diversas,  como centros de atención a toxicómanos, asilos, parroquias, comedores de caridad dirigidos por diversas entidades, asociaciones de enfermos, familias numerosas, conventos con necesidades, etc., de la provincia de Badajoz y de algunos lugares de Portugal.

Los voluntarios son hombres y mujeres de todas las creencias. La mayoría de ellos están jubilados y prejubilados. También contamos con la ayuda de algunos jóvenes que se encargan de elaborar bolsas de alimentos de veinte y treinta kilos para unidades familiares. 

Los donativos son muy diversos. En una ocasión una empresa nos donó biberones y pañales de cuarenta niños amparados por una organización pro-vida durante un año.

Estamos en contacto con otros bancos de alimentos de España para intercambiar productos, porque en esta tierra puede haber excedentes de chorizos o tomate en conserva, y en otras, de arroz y cereales, o de polvorones. Nos intercambiamos algunos alimentos y así, entre todos, ofrecemos más variedad.

Una vez al año, si podemos, enviamos un container a algún país necesitado: Perú, Honduras... Además de la colaboración con algunas localidades portuguesas, que agradecen nuestra aportación.

Yo animo a cualquier persona que quiera colaborar a que se ponga en contacto con nosotros. Recientemente, una publicación –Telva- nos ha dado un premio a la solidaridad y ya nos lo hemos “comido”. Ha sido un visto y no visto. Gracias al premio hemos comprado una carretilla elevadora para descargar los alimentos de los camiones.

Nos ha dado mucha alegría porque supone un reconocimiento al trabajo desinteresado de nuestros voluntarios, y además, una fuente de recursos económicos, que siempre hacen falta.

Desde luego, colaborar en una iniciativa así,engancha una barbaridad. El día que has conseguido un camión de patatas, o una furgoneta de pan... ¡regresas a casa feliz!