Fallecimiento de Zorzano

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Al final de la Guerra Civil, Zorzano reanudó su trabajo para los ferrocarriles como jefe de estudios de material y tracción. Sería recordado por sus subordinados tanto por su competencia como por la atención que dedicaba a las personas y sus problemas. Cuando uno de ellos tenía dificultades con un proyecto, en lugar de quitárselo y asignarlo a otro, Zorzano trabajaba con él hasta que supiera hacerlo, explicándole pacientemente las cosas que no entendía. A pesar del ambiente intolerante de esos años, colaboraba fácilmente y con naturalidad con gente de orígenes muy diversos, como, por ejemplo, un empleado que era evitado por los demás en los días inmediatamente posteriores a la guerra porque había sido acusado de ser “rojo”.

Zorzano entraba a trabajar a las 8:00. Esto le exigía levantarse a las 5:15 para hacer un rato de oración mental y asistir a Misa antes de ir a la oficina. Dedicaba toda la tarde a las actividades apostólicas y a trabajar como administrador del Opus Dei. Rechazó una oferta de empleo en Valencia, mucho mejor remunerado y que le habría permitido tener un horario más desahogado, ya que podría ayudar más al desarrollo del Opus Dei permaneciendo en Madrid.

Ser administrador del Opus Dei no suponía manejar mucho dinero. Sobre todo había que administrar las deudas. Zorzano se remangaba y ayudaba a instalar los centros que se abrieron en Madrid después de la Guerra Civil. El país había quedado desolado. Había escasez de casi todo y racionamiento de comida. Pasó muchas horas regateando, yendo de un lugar a otro intentando conseguir comida para la residencia. Cuando llegaba a casa, a menudo ayudaba a trasladar y arreglar muebles.

Zorzano llevaba la contabilidad con esmero, ajustando hasta el céntimo. Explicaba que, en sí misma, una diferencia de unas pocas pesetas era algo insignificante, pero que ya que ofrecía su trabajo a Dios, quería hacerlo bien, hasta el más pequeño detalle, como había aprendido de Escrivá. “Los empleados que dependen de un sueldo”, decía, “por no perderlo, procuran esforzarse en que todo vaya al día y primorosamente hecho” y “sería una falta de generosidad que a nosotros el amor de Dios no nos empujase a hacer por lo menos [otro] tanto” [1] . A finales de octubre de 1940, se trasladó al nuevo centro de la calle Lagasca. La caldera se había roto y no había dinero para repararla. Él había empezado a perder peso y a tener dificultades para dormir. El frío le afectaba más que a la mayoría de la gente, pero aceptaba la situación con una sonrisa y sin quejarse. En julio de 1941 el medico finalmente descubrió la causa de la falta de apetito de Zorzano, de su pérdida de peso y de su incapacidad para dormir: linfoma de Hodgkins, un cáncer de las glándulas linfáticas.

El medico le daba dos años de vida. En noviembre de 1941 empezó las sesiones de radiación que continuarían hasta mayo de 1942. A pesar de su debilidad, cada vez mayor, Zorzano mantuvo su ritmo de trabajo tanto en los ferrocarriles como en su tarea de administrador del Opus Dei. Supervisó la instalación de varios centros nuevos del Opus Dei en Madrid, lo que exigía de él un continuo ir de tienda en tienda para buscar muebles y demás utensilios del hogar. Nada en su conducta revelaba la gravedad de su estado. “Ya ves lo alegre y natural que es” comentó un día Casciaro a un joven que se acababa de incorporar al Opus Dei. “Bien, pues le quedan dos años de vida y él lo sabe”.

La semana anterior a la Navidad de 1942, Zorzano asistió a unos ejercicios espirituales con otros del Opus Dei en el centro de Diego de León. En la meditación de la muerte, Escrivá destacó que, como reza la Iglesia en el Prefacio de la Misa de Difuntos, “la vida no termina, se transforma”. Por consiguiente, explicaba, cuando un miembro del Opus Dei se enteraba de que su muerte era inminente, su reacción debía ser la del salmista: “Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor”. Después de la meditación, Zorzano se quedó en el oratorio. Creyendo erróneamente que estaba solo, dijo en voz baja, pero audible: “Señor, estoy preparado”.

A comienzos de 1943, Zorzano tuvo que ser ingresado. Escrivá le dijo que, tal vez, sólo le quedaran unos días en lugar de unos meses. Una mueca instintiva le pasó por la cara, pero reaccionó inmediatamente y le preguntó a Escrivá por qué intenciones tendría que rezar cuando llegara al cielo. Hablando a otros miembros de la Obra, Escrivá comentó que le gustaría tener las mismas disposiciones que él cuando le llegara el momento de la muerte.

Escrivá encargó a los de la Obra no ahorrar ningún esfuerzo en el cuidado de Zorzano y hacerlo con el cariño con el que una buena madre cuida a su hijo enfermo. “Si fuese necesario, robaríamos para él un pedacico de cielo, y el Señor nos disculparía” [2] . Durante seis meses, hasta que murió, los miembros de la Obra acompañaron a Zorzano continuamente, día y noche.

En Reyes, Zorzano recibió un tren de juguete, que puso sobre su mesilla de noche: “Es para entretenimiento de las visitas y para recordarme que pronto hay que emprender el viaje. Un poco pequeño es —el tren— pero así será más fácil colarse en el cielo”. Y advierte: “Yo tengo sacado el billete” [3] . El director medico de la clínica, que no era del Opus Dei, recuerda: “Siempre que entro, me recibe sonriendo y con bromas. El que lo vea creerá que está tranquilo, pero yo sé que tiene sufrimientos rabiosos. Esto no es un enfermo; es un santo” [4] . El secreto del buen humor de Zorzano radica en su fe y en el valor del sufrimiento ofrecido a Dios por amor. Dijo: “Nuestra obligación, dice, es cumplir el deber de cada instante. Mi único deber es sufrir [...]. No he de preocuparme por nada más. Sufro mucho. Es estupendo lo que uno puede llegar a sufrir. A veces parece que ya no se puede sufrir más, pero el Señor da más fuerzas. ¡Qué consuelo pensar todo lo que se aprovecha! Sufriendo con espíritu sobrenatural es como hemos de ir sacando la Obra adelante. El dolor purifica. Cuanto más larga sea la prueba, mejor; así nos purifica más” [5] .

El 15 de julio de 1943 murió Zorzano. Cuando el propietario de una tienda, a la que había acudido frecuentemente a comprar cosas para la residencia, recibió la noticia de su muerte comentó: “Don Isidoro era un santo”. Uno de la Obra escribió en su agenda el siguiente epitafio que resume la vida de Zorzano y el espíritu del Opus Dei que la había animado: “Muere Isidoro. Pasó desapercibido. Cumplió con su deber. Amó mucho. Estuvo en los detalles y se sacrificó siempre” [6] .

* * *

El Opus Dei crecía en Madrid y echaba raíces en otras ciudades. La Segunda Guerra Mundial impedía empezar en otros países, pero, en cuanto terminó la Guerra Civil, los miembros de la Obra viajaron por toda España para extender los apostolados del Opus Dei. En unos pocos años estaría bien establecido en las más importantes ciudades universitarias del país.

[1] José Miguel Pero-Sanz. Ob. cit. p. 275

[2] AGP P01 1997 p. 164

[3] José Miguel Pero-Sanz. Ob. cit. p. 323

[4] Ibid. p. 329

[5] Ibid. p. 334

[6] Ibid. p. 368