“Procedo de una familia gitana y conocí el Opus Dei gracias al fútbol”

Procedo de una familia gitana y conocí el Opus Dei gracias al fútbol. Tendría trece o catorce años cuando el equipo de mi colegio de barrio se enfrentó contra el Colegio Altair...

La historia de Juan Antonio

Algo de fútbol y mucha lluvia

Procedo de una familia gitana y conocí el Opus Dei gracias al fútbol. Tendría trece o catorce años cuando el equipo de mi colegio de barrio se enfrentó contra el Colegio Altair (obra corporativa del Opus Dei). En aquel partido me presentaron a unos chicos que nos invitaron a varios del equipo a que asistiéramos a una tertulia cultural que tendrían en la asociación juvenil Tancal. Decidimos ir a ver qué era aquello; cuando se lo contamos al cura de la parroquia, nos recomendó que no fuésemos más, pues se trataba –decía- de una secta. Así que, sin pena ni gloria, hicimos caso al sacerdote y no volvimos. No tuve más contacto con la Obra hasta unos cuantos años después cuando, pese a aquellos recuerdos de juventud, decidí llevar a mi hijo al Colegio Altair. Fue entonces cuando empecé a conocer verdaderamente de qué se trataba todo aquello.

"Fue tan normal y tan bien que nos seguimos viendo periódicamente".

Un buen día un profesor de mi hijo me presentó a un sacerdote del Colegio que me propuso quedar aquella tarde para charlar y para ayudarme –dijo– en mi vida cristiana. Yo, que jamás me había planteado aquello, acepté con curiosidad. Lo recuerdo bien, seguramente fue la tarde más lluviosa de toda la historia de la ciudad, caían cántaros del cielo. Creo que él pensó que no me presentaría, fama sevillana, pero a la hora señalada allí estaba yo con una sonrisa: -Qué, usted ya pensaba que yo no vendría, ¿eh? En el ratito que charlamos me preguntó si yo iba a Misa, si me preocupaba por los demás y si trabajaba bien. Cosas de poca monta, vamos. Le dejé claro que por supuesto iba a Misa todos los domingos, que intentaba ayudar a los demás y que procuraba ser un buen profesional de lo mío. Fue tan normal y tan bien que nos seguimos viendo periódicamente para hablar de estas cosas, hasta que un día me preguntó si yo quería ser cooperador. Después de explicármelo bien, pues no tenía ni idea de qué era aquello, le pregunté: bueno, ¿cuánto tengo que dar?, él se rió y me dijo que lo que yo quisiera y pudiera, así que di dos mil pesetas. Desde aquel día y los 27 años siguientes, fui cooperador.

Un sacerdote que llegaba hasta la fibra

En esos 27 años de cooperador en el Opus Dei asistí muy de vez en cuando a los medios de formación, mi horario laboral no era muy flexible y creo que Dios todavía no me había tocado del todo. Pero ya se ve que Él se vale de todo y en ese tiempo conocí a otro sacerdote de la Obra. ¡Vaya cura! Yo diría que es un hombre con gran empuje. Sus charlas me llegaban hasta la fibra espiritual y humana; cuando hablaba con él siempre salía contento; durante años me confesé con él y me explicó muchas cosas del espíritu del Opus Dei. Él me abrió las puertas de la Obra y derribó todos mis prejuicios. Él y otros dos supernumerarios, todo hay que decirlo, que aguantaron durante años el carácter un tanto arisco con el que escuchaba las cosas de la Obra.

¿El punto de inflexión que lo cambió todo? La visita del Padre a Córdoba. Fue tal el impacto que recibí, que decidí sobre la marcha ser miembro de la Obra

Poco después, aquel sacerdote me invitó al encuentro que habría en el Colegio Ahlzahir con el Prelado del Opus Dei. Ese fue el punto de inflexión que lo cambió todo: la visita del Padre a Córdoba en el año 2009. Me apunté con mi mujer y convencí a un primo mío y a su mujer para que vinieran también. Fue tal el impacto que recibí, que decidí sobre la marcha ser miembro de la Obra. Sin duda, las palabras del Padre -su forma de hablarnos, de animarnos a ser buenos cristianos- fueron la gota que colmó el vaso. Así que, ni corto ni perezoso, le comuniqué a mi mujer y a mis hijos que quería ser del Opus Dei, y, claro, también se lo dije al sacerdote con el que me dirigía. Para mi sorpresa, me frenó un poco los pies y me dijo que, antes, tenía que ganar en algunas virtudes humanas y espirituales propias del cristiano. En concreto, me animó a asistir de forma más constante a Misa y a vivir durante el día algunas prácticas de piedad. Yo, entusiasmado, le dije que haría un esfuerzo para ir a Misa todos los días y que pondría más ahínco por ser un buen cristiano. Pero las cosas de palacio van despacio, ¡hasta tres veces pedí formar parte de la Obra y en las dos primeras me animaron a que siguiera rezando! Me dijeron que era una decisión importante que había que tomar a su debido tiempo.

Entre tanto, le hablé al sacerdote de mi mujer Isabel. Ella sostenía que había perdido el rumbo con el Señor. Mientras me dejes tranquila –me decía- tú haz lo que quieras. Pero parece que los rumbos del Señor a veces se pierden… para volver a encontrarse. El sacerdote me dio la dirección de otro centro del Opus Dei que había cerca de casa al que podía acudir. A ella se le dan estupendamente las manualidades, y en el club juvenil, precisamente, necesitaban a alguien que pudiera dar una actividad de este estilo para impartir a madres y a niñas. Así que el Espíritu Santo pasó haciendo manualidades y dos meses después pidió la admisión como supernumeraria. Yo llevaba 27 años dándole vueltas y mi mujer en dos meses va y lo hace. Fue una tremenda alegría para mí. Unos días después de esta gran noticia fui al centro para volver a insistir en que yo también quería ser del Opus Dei. Esta vez, mi gran argumento fue mi mujer. El director me dijo que en unos días podría hacerlo, que siguiera cuidando la oración y la Misa.

Un frenazo que me hizo avanzar

Al día siguiente de hablar con el director del centro sucedió lo siguiente. Salía como de costumbre de la oficina a casa. Iba en coche. Normalmente tengo que darme mucha prisa pues, al tener un horario tan ajustado, apenas llego a casa, como, y me vuelvo al trabajo. El hecho es que, en un momento dado, adelanto a un coche y al ponerme delante de él doy un frenazo por el intenso tráfico que tenía delante, obligando a frenar al coche de detrás. En esto, me fijo en el retrovisor interior y veo al conductor furioso y profiriendo tales gritos e improperios que creo inconveniente trasladarlos aquí. Yo, que andaba pensando en otra cosa, me extraño muchísimo de ver semejante enfado y como si tal sigo a lo mío. Avanzamos un poco y el susodicho se pone a mi altura, baja la ventanilla y recomienza con la retahíla de insultos, ahora sí, directamente hacia mí. Yo bajo la ventanilla y en esto me llueve otra ráfaga de expresiones imposibles de volver a decir. En ese momento me doy cuenta de que, en la parte del co-piloto de su coche va una mujer con una niña llorando en brazos, entendí que al dar el frenazo dio con la cabeza en el salpicadero y la pobre niña se hizo mucho daño. Pero de ahí a que aquel hombre subiera el tono de esa forma… va un buen trecho.

Aquí es cuando viene el avance. En condiciones normales, yo hubiera actuado de dos modos: primero, devuelvo todos los insultos que han caído sobre mi persona; segundo, me bajo del coche y le meto dos guantás que lo dejo fino. Pero en aquel momento, lo único que se me vino a la cabeza fue la cara de nuestro Señor y una pregunta: ¿qué haría Jesucristo en esta situación? Aquel individuo seguía insultándome, el corazón se me salía del cuerpo, pero increíblemente no hice nada de lo anterior. Recé un avemaría por aquella familia y seguí el camino a casa. Fue la primera vez en mi vida que, ante una situación como esta, conseguí dominar mi carácter y poner visión sobrenatural. Dios estaba empezando a colarse bien adentro.

Por fin en el Opus Dei

Al poco tiempo, pedí la admisión como supernumerario. Unos meses después de empezar a formar parte de esta gran familia, el director del centro me dijo que podía hacer mi curso de retiro en un Colegio Mayor de Sevilla. Ocasión que aprovechó mi mujer para hacer el suyo en las mismas fechas. Como he dicho antes, yo pertenezco a una familia gitana muy arraigada en la ciudad, mi padre –gitano de pura cepa– vio un gran inconveniente en esto, pues no está bien visto entre los gitanos que un hombre deje sola a su mujer. Pero Antonio –decía- cómo vas a dejar a tu mujer tres días sola por ahí. Yo le contesté: Mira, papá, mi mujer va a estar tres días en un sitio donde solo hay mujeres; se va de retiro, a rezar, a estar en la capilla y a acercarse mucho a Dios para quererle más. Debió ser el Espíritu Santo, porque mi padre no dijo una palabra y aceptó mi explicación.

Actualmente llevo cinco años en el Opus Dei, estoy feliz y desde entonces mi vida no ha cambiado sustancialmente, soy el mismo pero con una ocupación principal: buscar a Dios en mi día a día

Actualmente llevo cinco años en el Opus Dei, estoy feliz y desde entonces mi vida no ha cambiado sustancialmente, soy el mismo pero con una ocupación principal: buscar a Dios en mi día a día. Doy gracias a mi mujer porque me ayuda mucho a luchar por ser un buen marido y un buen padre. Mutuamente nos apoyamos en la tarea más importante que ahora tenemos: ayudar a nuestros hijos y nietos.

Me gusta pensar que el Opus Dei es como un río de sabiduría cuyo fin es querer a Dios por encima de todo, buscándole en lo ordinario y ayudando a los demás a llegar al Cielo. Yo, todavía, estoy en la orilla. Ojalá algún día llegue a las profundidades como hicieron San Josemaría y Don Álvaro. Como veis, solo soy un humilde pecador nadando hacia Dios.