La santificación de la vida cotidiana

Libro escrito por Dominique Le Tourneau sobre la estructura y el espíritu del Opus Dei

San Josemaría hablaba en una de sus homilías de la “grandeza de la vida ordinaria”. Para dar frutos de santidad, es necesario —enseñaba— tener “vida interior. Santidad en las tareas ordinarias, santidad en las cosas pequeñas, santidad en la labor profesional, en los afanes de cada día…; santidad para santificar a los demás” ( Amigos de Dios , 18).

Animaba a esforzarse por alcanzar la santidad en la vida cotidiana, con naturalidad y sin hacer cosas raras , porque los hombres y las mujeres que quieren servir a Jesucristo en la Obra de Dios, explicaba, son “ ciudadanos iguales a los demás , que se esfuerzan por vivir con seria responsabilidad —hasta las últimas consecuencias— su vocación cristiana” ( Conversaciones..., 118).

En estos textos del fundador que acabamos de citar aparecen dos rasgos del carisma del Opus Dei: la secularidad y la dimensión apostólica de la existencia .

La secularidad . Con el término secularidad se indica que los miembros del Opus Dei son cristianos y ciudadanos corrientes : gentes del mundo , de la calle.

La dimensión apostólica de la existencia . Con esta expresión se subraya que las mujeres y los hombres del Opus Dei son personas que buscan la santidad, la identificación con Cristo, no sólo para sí mismos —eso no sería una verdadera santidad—, sino para ayudar también a las demás a llevar, con libertad, una intensa vida cristiana.

Se advierte en estos textos una profunda valoración de lo que se denomina en el lenguaje ascético las cosas pequeñas , esos sucesos aparentemente menudos con los que se entreteje la vida cotidiana, y que pueden santificarse cuando se realizan con la mirada puesta en Dios, con espíritu de sacrificio. Se lee en Camino 813: “Hacedlo todo por Amor. —Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. —La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo”.

“La vida cristiana —escribe San Josemaría— es un constante comenzar y recomenzar, un renovarse cada día (…). De esa manera, no ya a pesar de nuestra miseria, sino en cierto modo a través de nuestra miseria, de nuestra vida de hombres hechos de carne y de barro, se manifiesta Cristo: en el esfuerzo por ser mejores, por realizar un amor que aspira a ser puro, por dominar el egoísmo, por entregarnos plenamente a los demás, haciendo de nuestra existencia un constante servicio.” ( Es Cristo que pasa, 114).

“Vida ordinaria”, “vida cotidiana”, son expresiones que parecen oponerse a la “vida extraordinaria”, a esos grandes hechos heroicos en los que a veces soñamos y que sólo son, con frecuencia, fruto de una imaginación desbocada y un modo de evadirse de la realidad. Cuando se refiere a la vida cotidiana, San Josemaría incluye en ese término todos los acontecimientos de nuestra vida, incluso aquéllos que se presentan sólo una vez en la vida. También en esas circunstancias excepcionales nos espera Dios.

Recordaba el fundador que la santidad se forja en lo cotidiano, en el cumplimiento “de las obligaciones de nuestra vida corriente: en los deberes de estado, en la profesión, en el trabajo, en la familia, en el trato social, en el propio sufrimiento y en el de los demás hombres, en la amistad, en el afán de realizar lo que es bueno y justo” ( Es Cristo que pasa, 17), realizando “de manera santa los más variados quehaceres, aun aquellos que parecen más indiferentes” ( Surco, 496).

A esa santidad, decía, estamos llamados todos; no debemos esperar a que se den en nuestra vida unas situaciones ideales o que Dios opere en ella mediante unas intervenciones especiales y milagrosas. “El milagro que os pide el Señor es la perseverancia en vuestra vocación cristiana y divina, la santificación del trabajo de cada día: el milagro de convertir la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico, por el amor que ponéis en vuestra ocupación habitual. Ahí os espera Dios, de tal manera que seáis almas con sentido de responsabilidad, con afán apostólico, con competencia profesional.” ( Es Cristo que pasa , 50).

Desde esta perspectiva sobrenatural, cada jornada, incluso la más rutinaria, adquiere un color propio, con el atractivo del encuentro personal con Dios, que es siempre deslumbrante y enriquecedor. “El peligro es la rutina: imaginar que en esto, en lo de cada instante, no está Dios, porque ¡es tan sencillo, tan ordinario!” ( Amigos de Dios, 313). “Tu existencia no es repetición de actos iguales, porque el siguiente debe ser más recto, más eficaz, más lleno de amor que el anterior. —¡Cada día nueva luz, nueva ilusión!, ¡por Él!”( Forja, 736).

El fundador del Opus Dei propone a los cristianos que sigan las huellas de Jesús en sus treinta años de “vida oculta”. Esos años “en sombra” no constituyen una mera preparación de sus tres años luminosos de “vida pública”. Transmiten un mensaje muy concreto, una luz muy clara, para el cristiano que vive en medio del mundo: es posible ser santo en el trasiego de la vida cotidiana, aparentemente oscura y sin relieve sobrenatural.

San Josemaría empleaba como ejemplo para los cristianos que desean santificarse en su vida corriente los años de trabajo silencioso del Señor en Nazaret. “Desde 1928 —evocaba— comprendí con claridad que Dios desea que los cristianos tomen ejemplo de toda la vida del Señor. Entendí especialmente su vida escondida, su vida de trabajo corriente en medio de los hombres: el Señor quiere que muchas almas encuentren su camino en los años de vida callada y sin brillo.” ( Es Cristo que pasa, 20).

Escrivá de Balaguer hablaba con frecuencia en su predicación de la vida cotidiana del Salvador, mostrando cómo el discurrir de sus treinta años en sombra en Nazaret fueron muy parecidos al discurrir de nuestra vida, que se presenta, aparentemente, como una monótona sucesión de hechos sencillos y banales. Evocaba la figura de Jesús cansado bajo el peso del día y el calor, “fatigado del camino” ( Jn 4, 6); con el rostro anegado en lágrimas por la muerte de su amigo Lázaro, o dormido en la barca, gobernada por los apóstoles, entre el batir de las olas. Recordaba cómo Cristo comía con publicanos y pecadores, compartía mesa y mantel con Zaqueo o Leví —el futuro san Mateo— y lloraba porque los hijos de Jerusalén se negaban a convertirse, aunque Él había querido reunirlos “como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas” ( Mt 23, 37).

Y concluía que “la santidad "grande" está en cumplir los "deberes pequeños" de cada instante”. ( Camino , 817).