La situación actual del ecumenismo

Entrevista al profesor Pedro Rodríguez

El entonces cardenal Ratzinger y D. Pedro Rodríguez

¿Es cierto, como sostienen algunos, que el diálogo ecuménico se ha ralentizado?

Hace unos meses tuve la fortuna de participar en la III Asamblea Ecuménica Europea, tal vez la más numerosa macro-asamblea en la historia del Movimiento ecuménico: una gigantesca carpa acogía las sesiones plenarias de 2500 delegados en Sibiu, la hermosa ciudad de Transilvania. Yo regresé a España con una gran alegría. ¿Por qué? Porque el Movimiento ecuménico estaba vivo. Cierto, con graves cuestiones y problemas que dificultan el camino hacia la unidad plena —y, por tanto, visible— de todos los cristianos. No voy yo ahora a enumerarlos: algunas de esas graves cuestiones salen en primera página de los periódicos…

Pero en Sibiu se rezó mucho: los delegados llenaban a tope las iglesias y había un fuerte sentido de la adoración en los actos litúrgicos de las distintas confesiones: inolvidables las Vísperas en la Catedral ortodoxa de Sibiu. En mi opinión, junto a las conferencias de los católicos Kasper y González Montes, destacó en Sibiu la del ortodoxo Kyril de Smolensko —el segundo después del Patriarca Alexis, para entendernos— que planteó con toda su fuerza la necesidad de una antropología que brote de las raíces cristianas de Europa: persona humana, matrimonio, familia, dignidad de la vida humana, ecología y amor a la Creación, etc. Es una dimensión esencial del mensaje de los cristianos al mundo y ahí urge que estén —y aparezcan— unidos…

Pero ese es ya otro aspecto del tema…

Cierto, pero lo digo precisamente para responder a su pregunta. No está “ralentizado” el diálogo. A mi entender, el Movimiento ecuménico, ante la fuerte y creciente presión del laicismo militante, está tomando viva conciencia de temas que han ocupado poco lugar en el diálogo ecuménico después del Concilio: concretamente, los temas de ética y antropología.

Hoy urge que los cristianos, católicos y no católicos, podamos dar un testimonio común en esos temas de los que habla de continuo Benedicto XVI y que, como vemos, subrayaba Kyril de Smolensko en Sibiu. Para darse cuenta de la importancia del diálogo ecuménico en este campo basta considerar que una propuesta sobre el reconocimiento del carácter sagrado de la vida desde “el momento de la concepción hasta la muerte natural” no pudo ir adelante en esta III Asamblea. Es un tema vital hoy para el testimonio común de los cristianos, y sin embargo no hay acuerdo sobre ese testimonio común… Pero el nuevo diálogo ha comenzado.

¿Cuál es entonces la situación actual, a grandes rasgos, del diálogo ecuménico?

Se han dado y se dan pasos de gran importancia también en la que podríamos llamar temática “clásica” de ese diálogo. Todavía es reciente la adhesión de la Conferencia Mundial Metodista al ya célebre Acuerdo católico-luterano sobre la doctrina de la justificación, en el que tuvo una tan personal intervención el entonces Cardenal Ratzinger.

Pero el evento más significativo en este ámbito es el relanzamiento de los trabajos de la Comisión mixta internacional católico-ortodoxa, que en la sesión de Ravenna de octubre último aprobó un importante documento —tras el que se iba desde hace diez años— sobre “Comunión eclesial, conciliaridad y autoridad”: un documento que abre el camino para un serio debate teológico sobre la naturaleza del Primado del Papa en la Iglesia. El horizonte de la plena comunión de la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas se abre con estos planteamientos.

Pero, sobre todo, se abrirá en la medida en que los cristianos de ambas confesiones —católicos y ortodoxos— aprendamos a querernos y estimarnos en el día tras día de la vida. Pueden ser providenciales en este sentido las migraciones Este-Oeste que se están dando en Europa.

¿En este contexto qué supone el mensaje del Opus Dei para el ecumenismo?

III Asamblea Ecuménica Europea en Sibiu (Transilvania)

Debo decir ante todo que el Opus Dei asume en su vida la dimensión “ecuménica” de la misión de la Iglesia tal como la Iglesia misma la propone. Comprenderá que sea así, pues el Opus Dei es, sencillamente, Iglesia: como decía su Fundador, una “partecica” de la Iglesia. Dicho esto, me parece claro que el espíritu del Opus Dei y el modo de su propuesta cristiana subrayan aspectos peculiares, pero muy importantes, de la actividad ecuménica de la Iglesia.

Concretamente, en el Opus Dei es fundamental la convicción de que el ecumenismo no es sólo cosa de especialistas y de los Pastores, sino incumbencia de todo el Pueblo de Dios: de todos, digo, por tanto también de las mujeres y de los hombres que siguen a Jesucristo en su Iglesia tratando de “vivir santamente la vida ordinaria”, como decía san Josemaría. Y esto en todos los países, no sólo en los de grandes divisiones confesionales. El ecumenismo hay que vivirlo, aunque no haya cristianos no católicos en el contexto social en el que me muevo…

¿Y esto qué significa en la vida práctica de los fieles del Opus Dei?

Significa que a la gente del Opus Dei, a esos hombres y mujeres que se esfuerzan por vivir en Cristo la vida familiar y profesional, lo que les va —lo que les sale de dentro, podríamos decir— es la amistad y el trato con las personas de su contorno social humano: y allí se encuentran y conviven con sus colegas y amigos cristianos no católicos, con los que participan del tesoro común recibido en el Bautismo y buscan trabajar juntos en favor de los demás. A la vez, la experiencia de la falta de unidad plena en la fe, que ese trato les ofrece, les empuja a la oración “ut omnes unum sint”, y a promover entre sus amigos cristianos —católicos y no católicos— una más intensa vida de fe, que lleve a todos, al paso de Dios, a esa unidad plena y visible en la Iglesia de Cristo.

Como ves, entiendo que el espíritu del Opus Dei subraya sobre todo la base misma del ecumenismo, es decir, la oración, la santidad de vida y la amistad cristiana entre hombres y mujeres de diversas confesiones; un modo de acción ecuménica que puso en primera línea el Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano II y que subraya de continuo Benedicto XVI.

¿A modo de síntesis final?

Que para la misión de la Iglesia, para la evangelización, es de la máxima importancia lo que apuntaba al responder a la pregunta anterior: cultivar, desde la oración y la conversión personal, una actitud de fraternidad que lleve a la amistad, a las múltiples formas de encuentro entre cristianos de distintas confesiones para dialogar sobre los problemas de la vida humana y cristiana y lograr formas comunes —existenciales— de caridad, de testimonio y de unidad en la acción social de inspiración cristiana. “La misión evangelizadora de la Iglesia —decía Benedicto XVI en el Ángelus del último domingo— pasa a través del camino ecuménico, que es el camino de la unidad de la fe, del testimonio evangélico y de la fraternidad auténtica”.