"Enrique, la libertad es lo más importante"

En aquella época Enrique veía con recelo a la Obra. Corría el año 1980 cuando, en un viaje familiar a Roma, estuvo con San Juan Pablo II y con el beato Álvaro del Portillo.

Me llamo Enrique Gómez Carrillo tengo 69 años y actualmente estoy jubilado de casi todo, excepto de abuelo, profesión que ejerzo con seriedad y entusiasmo. Tengo cinco hijos y de momento 16 nietos.

En 1980 hice un viaje a Roma con mi familia para ver al Santo Padre, hoy San Juan Pablo II. Como mi suegro era paisano y amigo del cardenal Martínez Somalo, nos concedieron una audiencia privada.

"Juan Pablo II me preguntó entonces si también era de la Obra y yo dije que no. Miró a mi mujer y le dijo “¿y tú qué haces?"

El Papa nos recibió a todos. Éramos en total quince personas. Cuando entró San Juan Pablo II nos colocamos en semicírculo sin ningún orden, excepto mis suegros que se colocaron los primeros. Después de presentarse empezó a saludarnos y entregarnos un rosario a cada uno. Varios de los presentes hicieron saber al Santo Padre su pertenencia al Opus Dei. Mi mujer, que también lo es, dijo que también lo era... y que estaba casada. El Papa preguntó que con quién y allí estaba yo. Me preguntó entonces si también era de la Obra y yo dije que no. Miró a mi mujer y le dijo “¿y tú qué haces? Entonces yo le pregunté si es que es necesario ser del Opus Dei y él, que nos estaba hablando en español, no encontraba la palabra adecuada para responderme, pero se reía mucho —y mis cuñados también— y yo con afán de ayudarle le dije “conveniente”. Soltó una carcajada y me dijo “sí, conveniente, muy conveniente” y siguió con los demás.

"Álvaro del Portillo me dio un fuerte abrazo diciéndome que no me sintiera presionado, que la libertad era lo más importante".

Al día siguiente, nos recibió don Álvaro del Portillo, que ya había sido informado de la anécdota. Después de saludar a mis suegros, vino directo hacia mí, que estaba escondido en la última silla y me dio un fuerte abrazo diciéndome que no me sintiera presionado, que la libertad era lo más importante.

Me conmovió el detalle y me dejó muy tranquilo. Tanto, que tardé cinco años en decidirme a pedir la admisión en la Obra.

Tuve la gran suerte de saludar a un Santo y un Beato en dos días.