Los frutos de un retiro

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

El 3 de octubre de 1932, al día siguiente del cuarto aniversario de la fundación del Opus Dei, Escrivá empezó un retiro en el Convento de los Carmelitas de Segovia, donde está enterrado San Juan de la Cruz. No hubo prédicas ni conferencias durante el retiro, sólo una semana pasada en silencio y oración.

El tema central del retiro fue su llamada al Opus Dei. “Dios no me necesita. Es una misericordia amorosísima de su Corazón. Sin mí la O. iría adelante, porque es suya y suscitaría otro u otros, lo mismo que encontró sustitutos de Helí, de Saúl, de Judas...” [1] . Aunque Dios podía encontrar a otros, Escrivá había sido elegido para fundar el Opus Dei y renovó su resolución de dedicar todas sus energías a responder a la llamada de Dios.

Se impuso un plan exigente que incluía una hora de oración mental por la mañana y otra hora por la tarde, y media hora de acción de gracias después de la Misa, rezo del Rosario, visita al Santísimo Sacramento, lectura del Nuevo Testamento y de algún libro de espiritualidad, examen de conciencia al mediodía y por la noche, y el rezo de las oraciones que había compuesto para los miembros de la Obra.

Su plan de mortificaciones no era menos exigente. Incluía un día de ayuno completo cada semana, no tomar nunca dulces y no beber agua salvo durante la Misa. También practicaba las mortificaciones tradicionales del uso de las disciplinas –un flagelo de cuerdas al que a veces añadía trozos de metal- y del cilicio, versión moderna de la tradicional camisa de pelo. También decidió mantener a raya los sentidos internos: “no hacer preguntas de curiosidad” y “no quejarme de nada nunca con nadie, como no sea por buscar dirección” [2] .

Además, dormía en el suelo tres noches por semana. Descansaba tan poco que a menudo le costaba mucho levantarse por la mañana. En una nota al padre Sánchez decía: “Me encuentro tan inclinado a la pereza que, en lugar de moverme a levantarme a mi hora por la mañana el deseo de agradar a Jesús, —no se ría— he de engañarme, diciendo: ‘después te acostarás un ratito durante el día’. Y, cuando antes de las seis camino hacia Santa Isabel, bastantes veces me burlo de ese peso muerto que llevo y le digo: ‘borrico mío, te fastidias: hasta la noche, no vuelves a acostarte’” [3] .

Escrivá consultaba regularmente a su director espiritual sobre las mortificaciones que debía practicar. Tras su retiro de 1933, por ejemplo, sometió su plan al padre Sánchez junto con una nota en la que decía: “Me pide el Señor indudablemente, Padre, que arrecie en la penitencia. Cuando le soy fiel en este punto, parece que la Obra toma nuevos impulsos” [4] . En sus cuadernos personales se quejaba frecuentemente de que el padre Sánchez no le permitía practicar una mortificación tan vigorosa como él quisiera, pero, incluso con las restricciones que el director le imponía, su penitencia era extraordinariamente generosa.

[1] Ibid. p. 486

[2] Ibid. p. 474-75, nota 155

[3] Ibid. p. 503

[4] Ibid. p. 502