Luchando por la cohesión social en el Raval

Reportaje sobre Braval y Terral, dos iniciativas que trabajan por la promoción y la cohesión social de los inmigrantes en Barcelona.

La lucha diaria por la cohesión social en el rincón más multicultural de la Ciudad Condal.

El Raval, un barrio de Barcelona donde casi la mitad de la población es de origen extranjero, ofrece una rica experiencia para buscar soluciones a problemas que hoy plantea la convivencia entre personas de distintas culturas. Hemos visitado Braval y Terral, dos iniciativas pioneras que luchan por promover la cohesión social de los inmigrantes.

El barrio barcelonés del Raval, situado en el centro de la ciudad, es un hervidero de razas y culturas. Por sus calles desfilan paquistaníes, filipinos, magrebíes, ecuatorianos… De los 48.168 habitantes censados que tiene el barrio, el 47,6% son inmigrantes procedentes de 30 países diferentes; un porcentaje muy elevado en comparación con el resto de Cataluña, donde los que vienen de fuera suponen el 15%.

Las monitoras ayudan a estudiar a las chicas que van por Terral

Algunas familias del Raval viven hacinadas en viviendas viejísimas, sin agua caliente y con instalaciones lamentables. La mayoría de los vecinos sólo tiene estudios primarios, la tasa de paro se sitúa en torno al 33%, existe un alto índice de drogadicción, prostitución y delincuencia… Conscientes de esta situación, un buen número de entidades públicas y privadas invierten recursos para mejorar el barrio.

Empezó con el fútbol

1998 fue un año de inflexión en el Raval. La inmigración comenzó a despuntar a una velocidad de vértigo. En este contexto, un grupo de estudiantes decidió montar un equipo de fútbol con algunos de los recién llegados. Aunque algunos vecinos se temían lo peor, la experiencia salió redonda.

Poco a poco, ese grupo de jóvenes fue desarrollando otras actividades deportivas y de apoyo socioeducativo. Ellos pusieron la primera piedra de Braval (www.braval.org), un proyecto de solidaridad animado por el espíritu del Opus Dei. De manera semejante nació Terral (www.terral.ws), destinado a mujeres y chicas jóvenes. Ambos centros cuentan con el apoyo económico de la Fundación Raval Solidari.

El papel de los voluntarios

En Braval el deporte es una de las mejores herramientas para conseguir la cohesión social de los inmigrantes. En todos sus equipos participan mezclados jugadores procedentes de más de 15 países. El hecho de jugar en las ligas infantil y juvenil de la ciudad hace que los chavales visiten todo tipo de barrios y se relacionen con menores de toda condición social. Actualmente tienen cinco equipos de fútbol sala y cinco de baloncesto.

Un voluntario debe tener una "buena formación humana, generosidad y deseo de darse a los demás"

Pablo Luis García-Mussons, pedagogo, empresario y padre de cinco hijos, colabora con Braval desde hace cinco años. Este voluntario, que se encarga de entrenar un equipo de baloncesto, sabe que la profesionalidad es fundamental: “Si se hacen chapuzas, los chicos lo notan y no se lo toman en serio”.

“Lo primero es la responsabilidad. Si quieren participar deben comprometerse a cumplir unas normas básicas. Además de pagar una cuota simbólica que les lleva a valorar la actividad (aunque hay ayudas para el que lo necesite), tienen que asistir a los entrenamientos, a los partidos y a las reuniones de equipo”, explica.

Con un estilo atractivo, los entrenadores aprovechan para hablar de valores como la sinceridad, el compañerismo o el espíritu de superación. “Les ofrecemos unos modelos de conducta. Hay que darles cariño y a la vez exigirles, y más pronto que tarde ellos lo notan y se integran con el equipo”.

Poco a poco va surgiendo una relación de amistad entre los chicos y los entrenadores, a los que ven como un ejemplo a seguir. Para los voluntarios como Pablo Luis, “el tiempo es un problema. Te gustaría poder ayudarles más. Yo empecé yendo dos días a la semana y ahora voy cuatro. Y aún así sigo pensando que todavía debería hacer más”.

Amigas de distintas culturas

La filosofía que inspira Braval es muy parecida a la de Terral. “Cuando María llegó aquí, con 6 años, era una niña muy rebelde y tozuda”, nos cuenta Montse García, profesora de Bachillerato y responsable de los programas educativos de este centro. “Era incapaz de obedecer. Si algo le contrariaba, gritaba y ni siquiera miraba a la cara a la voluntaria que intentaba corregirla. Te podía hacer el trabajo muy difícil”.

“Ahora, con 11 años, hemos conseguido que haga los deberes sin tener que pelearnos con ella. Ha dejado de tener ataques de ira y es capaz de pedir perdón y de no insultar a las otras niñas. Le costaba mucho entablar amistad con compañeras de otras culturas, pero ahora es muy amiga de Imane, una niña musulmana”.

El caso de María refleja bien lo que pretende Terral: mejorar la formación humana de las chicas y mujeres que acuden por el centro, luchar contra la marginación y promover la cohesión social.

Unos niños juegan al ajedrez

“A veces les cuesta mezclarse porque, por ejemplo, las filipinas hablan entre ellas en tagalo o las marroquíes en árabe. Nosotras les decimos que en Terral tienen que esforzarse por hablar en castellano o catalán, pues lo necesitan para el colegio y para vivir aquí. Además, tratamos de apoyarlas para que se sientan capaces de alcanzar sus objetivos”, dice Montse.

Los voluntarios son una pieza clave para que los proyectos de integración funcionen. La mayoría son estudiantes universitarios, pero también ayudan profesionales y jubilados. Para Victoria Guindulain, directora de Terral, una voluntaria debe tener “una buena formación humana e intelectual, generosidad, deseos de darse a los demás sin esperar nada a cambio y saber trabajar en equipo”.

Un torneo de robótica

Como es natural, los niños que van por Braval sobre todo quieren pasárselo bien. Además de jugar al fútbol, muchos se apuntan a actividades lúdicas. Este año Pablo Flores, un ingeniero mexicano de 29 años, se ha encargado de preparar durante cinco meses a un equipo de chavales para un torneo internacional de robótica.

Lo que más sorprendió a Pablo de esta actividad es el conocimiento que adquieren los chicos de sí mismos. “Se dan cuenta de sus potencialidades como programadores, mecánicos e incluso como comerciales, pues tienen que vender su producto ante los jueces. Todo esto hace que cambien sus perspectivas y que se propongan un futuro profesional más ambicioso”.

Otra actividad de éxito entre los chavales es el Casal de verano, un curso que combina el deporte al aire libre con excursiones, visitas a museos, clases de informática e inglés y talleres de habilidades. Tiene lugar en elpropio Braval de lunes a viernes, de 9 de la mañana a 6 de la tarde. Cada año participan unos 80 chicos.

Entre los asistentes hay católicos, ortodoxos, musulmanes e hindúes, pero las diferencias se viven con naturalidad. “Pretendemos que conozcan los elementos de nuestra cultura, al mismo tiempo que les damos una visión de las relaciones humanas basadas en el respeto”, dice Dentex Ocampo, un voluntario que estudia segundo de Economía.

Juan Meseguer Velasco // La Gaceta de los Negocios