Madrid

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Escrivá hizo un viaje a Madrid en el otoño de 1926 para informarse sobre la posibilidad de realizar un doctorado en Derecho en la Universidad de Madrid, la única en la que se otorgaba el título en esa época. Con una licenciatura, se podía ejercer la abogacía, pero para aspirar a un puesto estable en la universidad, con el que mantener a los suyos, debía alcanzar el grado de doctor.

Dos obstáculos se interponían en el camino del doctorado de Escrivá. Primero, apenas podía proveer a su familia de techo y comida. ¿De dónde iba a sacar el dinero para pagar sus estudios? Segundo: ¿cómo obtendría permiso para trasladarse a Madrid?

El problema no residía tanto en que las autoridades de su diócesis de Zaragoza pusieran pegas para que dejara la ciudad, sino en que el Madrid de esa década era un imán para todos los sacerdotes de España. La diócesis tenía muchos sacerdotes incardinados, y las autoridades eclesiásticas estaban decididas a reducir el número de sacerdotes extradiocesanos de la capital. La Santa Sede había prohibido a los obispos españoles dejar establecerse en Madrid a sus sacerdotes a no ser que hubiera una razón de peso y que hubieran recibido la aprobación del obispo de Madrid, permiso que que éste rara vez concedía.

Después de varios intentos infructuosos, en marzo de 1927 Escrivá se enteró por medio de un amigo claretiano de que la iglesia de San Miguel en Madrid estaba buscando un sacerdote para decir la Misa de 5:50 cada mañana. En una sociedad en la que la gente cenaba y se acostaba tarde, la iglesia, atendida por los redentoristas, no estaba inundada de peticiones. La ventaja del puesto, desde el punto de vista de Escrivá, era que la iglesia estaba bajo la jurisdicción papal del nuncio, y un sacerdote no necesitaba el permiso del obispo de Madrid para ejercer allí su ministerio. Las únicas aprobaciones necesarias eran las del nuncio y, en el caso de un sacerdote de fuera de Madrid, la del obispo de la diócesis de procedencia. El permiso del nuncio no era problema. Escrivá explicó al arzobispo de Zaragoza que deseaba realizar el doctorado en Derecho, pero que pretendía emplear la mayor parte del tiempo en actividades pastorales, ya que esa era la razón de su sacerdocio. El arzobispo concedió su permiso el 17 de marzo de 1927. Escrivá empezó los preparativos finales para el traslado a Madrid. El rector de San Miguel le urgió a que se trasladara lo antes posible, porque la iglesia necesitaba sus servicios para la semana siguiente.

Justo cuando se estaba preparando para irse a Madrid, Escrivá fue asignado por su obispo a una parroquia rural para la Semana Santa. Estuvo tentado de pedir que se le excusara del encargo, por miedo a que retrasar un mes su llegada a Madrid inclinara a la iglesia de San Miguel a buscar a otro. No obstante, siguiendo el consejo de su madre, aceptó el encargo y notificó al rector de San Miguel que llegaría en cuanto terminara la Pascua. Hacia el final de su vida, Escrivá recordaría con gozo su breve estancia en Fombuena.

Escrivá vio la mano de Dios no sólo en este inconveniente destino en Fombuena, sino en todas las aparentemente adversas circunstancias de su vida en Zaragoza. Todavía no sabía lo que Dios quería de él, pero continuaba pidiendo luces: “Señor, que vea”. Dios respondió a su oración con muchas gracias, incluso con locuciones que Escrivá anotó y meditó frecuentemente. Aunque no sabía hacia dónde le estaba dirigiendo Dios, estaba convencido de que la divina providencia actuaba en su vida. Vio su inminente viaje a Madrid como parte del plan que Dios había previsto. Escrivá descubría poco a poco una misión que todavía no se había manifestado por completo.

Escrivá llegó a Madrid a mediados de abril de 1927. Apenas sin ningún contacto, estuvo primero en alojamientos modestos, pero pronto se trasladó a una residencia de sacerdotes que las Damas Apostólicas, una orden de reciente fundación, dirigían en la calle Larra.