"Mamá, estoy triste. Me voy a hacer oración"

"Mi hija recuerda que, de joven, le regalamos 'Camino', para que poco a poco fuese aprendiendo a hacer oración personal con Dios. Un día, nos sorprendió una de sus respuestas al volver de clase: 'Mamá, hoy estoy un poco triste; así que voy a hacer un rato de oración'". El amor por Cristo es una inquietud que puede 'contagiarse' en una familia, como lo prueba este testimonio extraído del libro 'Un amor siempre joven'.

El autor del artículo, su mujer y una de sus hijas.

"Cuando papá nos enseñó a montar en bicicleta, nos cantaba una letrilla para inspirarnos seguridad, y que repetíamos invariablemente antes de llegar al suelo: ‘Nunca me caeré, jamás me caeré’. Años después, en momentos de inseguridad, me siguen sirviendo estas mismas expresiones, al llevarlas al plano sobrenatural". Con este recuerdo, la hija de José Antonio Mochón muestra que el ejemplo de sus padres sirvió para plantar la semilla del cristianismo en su familia.

José Antonio Monchón, abogado de Granada, relata en el libro 'Un amor siempre joven' cómo las enseñanzas del Evangelio aprendidas en la Iglesia y, en especial, de labios de san Josemaría Escrivá, le han ayudado a formar una familia unida y alegre. Ofrecemos su testimonio:

"La influencia del espíritu del Opus Dei en nuestra familia es grande. Aunque ahora la mayor parte de mi familia pertenece al Opus Dei, yo fui el que antes conoció la Obra. Estaba entonces en primer curso de Derecho. Al oír en clase hablar del Opus Dei, eché mano de mi bachillerato de letras y pensé: “Opus-operis y Deus-Dei, de la segunda declinación”; y con rígida tendencia gramatical, lo traduje como “Trabajo de Dios”.

Poco después, un compañero de curso me invitó a una tertulia en una residencia de estudiantes de Granada. La impresión que recibí al entrar en la casa fue la del orden y serenidad que allí se respiraba; y, en relación con las personas, la de naturalidad y confianza. Eran universitarios que charlaban alegremente en el patio, o que se centraban en el estudio, ajenos a los visitantes, o que rezaban con recogimiento ante el sagrario del pequeño oratorio. Después entendí que ese clima, que encontré en la residencia en mi primera visita, era el fruto de llevar a la vida ordinaria las enseñanzas de un sacerdote que había recibido de Dios el encargo de hacer la Obra de Dios (así supe cuál era la traducción apropiada de aquellos dos vocablos latinos). Por diversas razones dejé de frecuentar la residencia y me olvidé de aquel ambiente tan sobrenatural.

Años después, casado y con una hija, mis suegros me llevaron a un nuevo y definitivo contacto con el Opus Dei, al invitarme a una tertulia con Monseñor Escrivá en Pozoalbero (Jerez de la Frontera). A pesar de mi resistencia inicial, acudí a ese encuentro con el Padre y pude apreciar en la fuerza de sus palabras la hondura de su vida interior. A partir de ese día volví a acudir los medios de formación que me ofrecía la Obra y pronto, tanto mi mujer como yo, solicitamos la admisión en el Opus Dei.

Después, mis hijos frecuentaron algunos Centros de la Prelatura y dos de ellos pidieron también la admisión en la Obra. De este modo, han participado en numerosas convivencias, campos de trabajo, y todo tipo de actividades solidarias.

La familia de Nazaret, modelo de las familias cristianas.

Indudablemente, el ámbito familiar es un marco muy adecuado para transmitir la fe y para revitalizar la práctica religiosa. Pero eso supone que, en lo humano, haya base de entrega y generosidad a los demás sobre la que poder edificar.

Desde el principio, enseñamos a rezar a los niños. María José recuerda que, de joven, le regalamos Camino, para que poco a poco fuese aprendiendo a hacer oración personal con Dios. Años más tarde, nos sorprendió una de sus respuestas al volver de clase: “Mamá, hoy estoy un poco triste; así que voy a hacer un rato de oración”. Era, exactamente, lo que San Josemaría decía en el punto 663 de aquel libro.

Nuestra hija mayor, Marian, periodista que trabaja en informativos de televisión, recuerda también lo siguiente: “Todos los hermanos aprendimos a montar en bicicleta guiados por la mano segura de papá, que nos enseñó además una letrilla para inspirarnos seguridad, y que repetíamos invariablemente antes de llegar al suelo: ‘Nunca me caeré, jamás me caeré’. Recibíamos estas clases en la placeta próxima a nuestra casa, mientras mamá nos miraba desde el balcón de la sala de estar. Años después, en momentos de inseguridad, me siguen sirviendo estas mismas expresiones, al llevarlas al plano sobrenatural: ‘Nunca me caeré, jamás me caeré’ me lleva a sentirme protegida por un Padre Omnipotente y por una Madre Vigilante”.

Pero no todo sale bien, o no lo vemos bien en primera instancia. Es preciso envolver algunos sucesos en un clima sobrenatural para advertir toda la belleza y toda la riqueza que encierran. Eso fue lo que nos pasó a María Angustias, mi mujer, y a mí cuando nació Cristina, hace ahora veinticuatro años, con una grave limitación psíquica. Al principio nos pareció un golpe durísimo. Sólo después de que un sacerdote de la Obra nos consolara y nos hiciera ver que la principal misión de los padres es llevar a los hijos al cielo, empezamos a entender aquel duro imprevisto como una caricia de Dios para todos nosotros.

Termino agradeciendo a Dios y a nuestro Padre esta familia tan estupenda que tenemos, y aprovecho para pedir oraciones al lector para todos sus miembros, especialmente para que los hijos sepan constituir también una familia cristiana.

Datos del libro: 'Un amor siempre joven'. Alfonso Méndiz y Juan Ángel Brage. Ed. Palabra. Madrid, 2003.