Milagros Rey: arquitecta, profesora y pionera

Dicen de los pioneros que tienen una fuerza especial, un carácter que les permite afrontar situaciones ante las que otros se han desalentado, y salir victoriosos. Algo de esto ocurre en el caso de Milagros –Lalos– Rey, la primera arquitecta gallega, y tercera de España, que a sus más de ochenta años acaba de recibir el reconocimiento de la ciudad de La Coruña.

Milagros Rey fue la primera arquitecta de Galicia y tercera de España.

Mujer de fuerte carácter e ideas claras, trabaja desde hace algún tiempo en la redacción de unas memorias que prometen ser muy jugosas, pues como dice, “me alegro y gozo al confirmar que no me aburrí un solo minuto”.

Milagros nació (accidentalmente, dice) en Madrid en 1930, hija de un reputado arquitecto coruñés y un ama de casa madrileña. Y se crió desde niña entre planos, maquetas y lápices, aprendiendo a dibujar con su padre y los delineantes a la vez que estudiaba las primeras letras. No recuerda exactamente cuándo fue el descubrimiento de su vocación profesional, aunque cuenta que acompañaba a su padre a visitar las obras y la bajaban a los cimientos dentro de un caldero, por lo que no debía tener más de cuatro o cinco años.  Pocos más tendría cuando Castelao, gran amigo de su padre, la ayudaba y corregía, lápiz en mano, en la tarea de emborronar sus primeros cuadernos.

Milagros Rey fue la primera arquitecta de Galicia y tercera de España.

Incitada por el ejemplo de tan grandes maestros, al terminar el bachillerato tuvo claro que su futuro pasaba por estudiar Arquitectura, idea con la que no estuvo tan de acuerdo su padre: “no le gustaba por una sencilla razón: sabía lo peligroso que era”. Consciente, probablemente, de la seguridad de las convicciones de la hija, y de su capacidad, le propuso un reto: “Si sacas a la primera el examen de estado, te costeo la carrera”.  Y Lalos sacó el número 1, con premio extraordinario, y con él, el billete a la facultad, en Madrid. Era 1952.

Entonces la carrera era durísima: “se tardaba entre diez y doce años en sacarla” recuerda Milagros, que era la única mujer en la escuela.

Entonces la carrera era durísima: “se tardaba entre diez y doce años en sacarla” recuerda Milagros, que era la única mujer en la escuela y, lejos de amilanarse, se aplicó a fondo: jugó en el equipo de rugby, vivió a fondo todas las experiencias de la universidad, y terminó, en ocho años, la carrera. Cuenta que no tuvo problemas con los compañeros ni con los maestros, aunque recuerda, con sorna, cómo uno de éstos le sugirió, en los primeros años de estudios, que hiciese una  arquitectura más femenina, a lo que ella repuso que, si aún no sabía hacer arquitectura, vano intento sería intentar distinguirla por sexos.

Acabó machacada de tanto estudiar y el ritmo de clases y estudio no le dejó tiempo para mucho más: “No tenía tiempo para nada, hombre, tuve parejas pero nada serio, acababa reventada de estudiar y hacer los trabajos para la escuela como para ponerme a hacer manitas en el poco tiempo libre que tenía” comenta.

'Me acerqué después al Opus Dei a través de un sacerdote gran amigo de mi padre, que me facilitó conocer a un sacerdote de la Obra arquitecto, D. Ricardo Fernández Vallespín'. Foto: corunahoy.com

Aun así –recuerda– pudo participar en alguna de las protestas de la época: “Protestábamos porque un ministro desvió un envío de trigo que venía de Argentina y lo vendió, en aquella época hay que recordar que se pasaba mucha hambre y salimos a protestar. La policía salió a caballo contra nosotros y para defendernos comenzamos a tirar piedras a las partes sensibles de los caballos para que cayeran los policías y después a por ellos. Yo era de las que tiraba piedras”.

Edificio de los Maestros.

Ya de vuelta en La Coruña, en 1960, fue haciéndose cargo de diversos proyectos, fueron los primeros de una serie de más de 2.500. Su primera obra pública fue la edificación del Polígono de Elviña, un barrio creado para realojar a familias desfavorecidas, en el que hizo de arquitecto, jefe de obras y, a ratos, asistente social: “había que ir casa por casa preguntando las necesidades de la gente a la que había que realojar, y entonces no había asistentes sociales... hice hasta de tata; llegué a cuidar a los niños pequeños de los desalojados mientras la madre iba a un recado. Las mujeres somos chicas para todo, y no hay que darle más vueltas”, dice restándole importancia.

Pasé de ser agnóstica a creyente en poco tiempo, de forma imprevista. Dios entró un día en mi vida y desde entonces quise saber más…

En ese tiempo, y en pleno desarrollo de un trabajo que reconoce intensísimo, se cruzó por su vida su otra vocación vital. Lo cuenta ella misma, con sencillez: “también en mi vida personal tuve grandes retos. Pasé de ser agnóstica a creyente en poco tiempo, de forma imprevista. Dios entró un día en mi vida y desde entonces quise saber más… Me acerqué después al Opus Dei a través de un sacerdote gran amigo de mi padre, que me facilitó conocer a un sacerdote de la Obra arquitecto, D. Ricardo Fernández Vallespín. Entonces comprendí que Dios me hacía descubrir mi vocación y pedí la admisión un mes y medio después, como Agregada del Opus Dei”.

Fuente de Cuatro Caminos. Foto: corunahoy.com

El descubrimiento de que su trabajo profesional podía ser el camino, también, de su encuentro con Dios y el lugar de su santificación le fascinó: “mis trabajos tenían ahora una perspectiva nueva, apasionante. Es cierto que la fe ilumina nuestras actividades y les da luces insospechadas. Comencé a trabajar con un sentido más profundo, viendo mejor los motivos para trabajar bien, a fondo, y hacer construcciones idóneas, estéticas, que resolvieran los problemas de la gente”.

Arquitecta municipal durante más de siete años, tuvo que encargarse durante ese periodo también de la jefatura de los bomberos… un nuevo reto ante el que tampoco se arredró. Profesionalmente desarrolló grandes proyectos en esos años: construyó la llamada Torre de los Maestros, considerada el primer rascacielos de la ciudad, y la Fuente de Cuatro Caminos, emblemático punto de encuentro y celebración de los aficionados del “Dépor”. Pero su encargo favorito es una obra más modesta: el local social del pescador de Fisterra; como los marineros tenían que salir a faenar por la noche y estaban agotados por la mañana, acabaron dejando la realización de la obra y las decisiones en manos de sus mujeres: “una obra levantada íntegramente, dice, por mujeres”.

'El local social del pescador de Fisterra fue una obra levantada íntegramente por mujeres”. Foto: corunahoy.com

En todo el relato de su vida, que aborda con humor, pasión y sentido común a partes iguales, destacan el cariño y respeto con que valora la labor de todos aquellos con los que compartió el trabajo. Define su obra como una labor de equipo, y dedica palabras de agradecimiento siempre a sus compañeros de profesión: “con ellos no tuve más que alegrías”, confiesa. Con los obreros encargados de materializar sus proyectos va más allá, y además de felicitarse por  llevarse estupendamente con ellos, reflexiona: “la gente que está acostumbrada a jugarse la vida en un andamio es gente buena y entienden mucho el compañerismo”.

El descubrimiento de que su trabajo profesional podía ser el camino, también, de su encuentro con Dios y el lugar de su santificación le fascinó: “mis trabajos tenían ahora una perspectiva nueva, apasionante"

Sin pelos en la lengua, es crítica, en cambio, con las decisiones urbanísticas o arquitectónicas que no le parecen adecuadas, fundamentalmente cuando descuidan la seguridad, que se percibe como una preocupación constante en su vida y su trabajo… Tal vez por ello, valora como muy gratificante su labor docente en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Coruña, en la que continuó como profesora emérita, tras jubilarse: “dediqué muchas horas a enseñarles lo que yo aprendí con los años”, dice con modestia. También en esto tuvo un gran maestro, pues San Josemaría siempre animaba a sus hijos a enseñar con generosidad, para que los otros pudieran ir más allá, construyendo sobre el propio conocimiento.

Merecedora de la Medalla de Castelao en 2005 –el máximo galardón que se entrega en Galicia, para distinguir a aquellos que han destacado por su contribución artística, social o literaria–, al hacer balance de su historia se cruzan en la conversación personas ejemplares, situaciones divertidas y retazos de una vida intensamente vivida. Las de una auténtica “niña de la guerra”, de armas tomar, que salió adelante de muchas situaciones “improvisando, porque no había precedentes” y sigue, a sus 82 años, y aunque la salud no le da mucha tregua, exprimiendo la vida.