Monseñor Javier Echevarría, una vida serena y plena

Obituario del prelado del Opus Dei escrito por Concepción Naval, de la Universidad de Navarra.

Diario de Navarra Monseñor Javier Echevarría, una vida serena y plena

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Durante los años en que ocupé un Vicerrectorado en la Universidad de Navarra tuve ocasión de tratar más de cerca a Mons. Javier Echevarría. Como Gran Canciller, llevaba a la Universidad en su cabeza y en su corazón. Desempeñó esa función durante 22 años y, por lo que pude comprobar, lo hizo con fe, magnanimidad y caridad.

Era un hombre de fe. Vivía para servir fielmente a la Iglesia. La mayor parte de sus palabras estaban dedicadas a Jesucristo, al que animaba a tratar y a amar. De esa profunda confianza en Dios surgía su incansable optimismo. No había problema o dificultad que le desalentara.

Era una persona magnánima. Nos animaba a soñar con proyectos grandes de servicio a la sociedad. Pienso que en ese punto se le notaba especialmente que había aprendido en la escuela de san Josemaría, el fundador de la Universidad. No puedo olvidar un encuentro en el que nos habló de soñar con una “ciudad de la investigación", a la vez que estimulaba a los investigadores a trabajar para servir, no para lucirse. Apreciaba la labor de los centros ya existentes, pero no se conformaba nunca con lo ya alcanzado, que es algo muy propio de las personas magnánimas.

Y su conducta estaba movida por la caridad. Siempre me llamó la atención su cercanía, su afecto sincero. A medida que se iba haciendo mayor, solía recordar con más frecuencia lo esencial: la primacía de caridad. Por ejemplo en la relación cordial entre colegas, el cariño a los estudiantes que debe caracterizar a los profesores, el clima de convivencia, escuchar con atención, tener capacidad de llevar en el corazón y en la cabeza -y por tanto recordar- sucesos grandes o pequeños pero que afectaban a los demás y los hacía suyos, su mirada penetrante y ágil, confiada. En momentos de especial dificultad, como fue el último atentado a la Universidad, en 2008, la palabra perdón estaba siempre presente en sus mensajes.

Recuerdo que ese año, con motivo de la explosión de la bomba, alguien me preguntó: “¿No os iréis de aquí, verdad"? Tuve la ocasión de trasladar la pregunta al Gran Canciller y él me respondió con esta idea: puedes decir a esa persona que se quede tranquila; la Universidad estará siempre en Navarra. Aquí está su cabeza y su corazón, aun cuando tenga sedes en otros sitios del mundo. A mí me quedó muy claro que la fe, la magnanimidad y la caridad conducen a una vida serena y plena, de la que él nos ha dejado un gran ejemplo.