Naturaleza y gracia

Textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia extraídos del libro "Como las manos de Dios" de Antonio Vázquez (editado en Palabra)

"Como las manos de Dios", textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia.

Aprender a amar no es cosa fácil aunque esté al alcance de todos. Sin embargo hay un hecho real, aunque no perceptible por los sentidos, sobre el que hemos de tener una seguridad inamovible: por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios. Elevado el hombre al orden sobrenatural, el matrimonio cristiano se convierte en signo eficaz de la gracia. El matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su infinita misericordia, jamás ha negado. Sin esta ayuda el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó “al comienzo .

Si olvidamos a menudo esta realidad, pueden amilanarnos las dificultades; tenerla presente a la hora de evaluar nuestras fuerzas, es una garantía de éxito en el aprendizaje del verdadero amor, que dura toda la vida. No sólo nos casamos porque nos queremos, sino porque queremos querernos.

No nos cansaremos de insistir en que nunca seremos lo suficientemente expertos en el arte de amar. Sobre nuestra capacidad de amar, nunca lo sabemos todo, ni podemos decir basta: siempre hay recursos que poner en juego. Tener capacidad y estar llamado a realizar una misión, no es suficiente: tenemos dos piernas con capacidad de andar y sólo logramos trasladarnos de un lugar a otro después de bastantes meses y darnos muchos golpes contra el suelo. Somos capaces de hablar pero hasta los tres años no entendemos las palabras de un niño. Para aprender a hablar hemos necesitado escuchar palabras y repetirlas según los sonidos que percibíamos. Hemos tenido a alguien que nos las enseñe, alguien a quien mirar como modelo , un testimonio vivo.

Este mismo proceso se repite para cursar con aprovechamiento la asignatura del amor: de cualquier amor. Ha de encontrarse el modelo genuino, el más perfecto, el que brota del primer manantial. No podemos contentarnos con menos. En definitiva, contamos con un único Modelo: el Amor de Dios Padre en su Hijo Jesucristo . Podría parecernos inasequible tal empeño y realmente lo es, pero hay que añadir dos consideraciones: ese modelo hay que situarlo dentro de los límites de la condición humana, y además, contamos con la garantía de la gracia para superar la prueba. En definitiva, el empeño de Dios es enseñarnos a amar con su Amor y por eso nos otorga abundancia de gracias por diversos cauces.

Una vez encontrado el Modelo se trata de mirarlo en continuo cotejo con nuestra propia conducta. Mirar a Jesucristo y examinarnos nosotros. Ver si amamos como Él ama. Habrá miríadas de distancia que sólo acortaremos aproximándonos a su gracia transformadora, hasta hacernos uno de los "suyos". Es tarea para toda la vida. Un empeño tan atractivo que no tiene igual.

Ahora es patente que, cuando más arriba calificábamos de "aventura" el amor en el matrimonio y en la familia, no estábamos incurriendo en una exageración. Una aventura apasionante. Seguir a Cristo: éste es el secreto , repetía san Josemaría, sin acotar situaciones de edad, estado, cultura, salud, o sexo. Jesús, Señor y Modelo nuestro, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana -la tuya-, las ocupaciones corrientes y ordinarias, tienen un sentido divino, de eternidad . Ese sentido divino está en aspectos tan comunes como llegar a casa media hora antes, adelantarse a coger un teléfono, sabiendo que no somos los destinatarios, o contar un cuento al niño hasta que se duerme mientras la TV transmite las noticias. Porque Jesús es modelo de todo: en delicadeza de trato, elegancia a la hora de aceptar una invitación, preocupación por el descanso de los demás, maestro de cariño y energía; y, desde luego, en mesura y conocimiento para "llegar al corazón" de los hombres, las mujeres y los niños. No se nos ha dado otro modelo: un modelo que sigue vivo.

Los hechos y enseñanzas que encierra cada gesto de Jesucristo, aplicados al entramado del amor en la familia, exceden con mucho el alcance de estas páginas y sería maltratarlos hacer una leve alusión. Ha de ser cada uno de los cónyuges quien ha de ponderar en contraste con ese modelo divino, las luces y sombras de su comportamiento cotidiano. Porque, como recuerda el Fundador del Opus Dei en una homilía dedicada al matrimonio, Dios nos ha amado y nos invita a amarle y amar a los demás con la verdad y la autenticidad con que Él nos ama.

Es un planteamiento de uso poco común, pero no significa que deje de ser el verdadero. Resulta muy difícil no dejarnos engañar por las falsificaciones baratas del amor, y muy fácil quedarnos reducidos a un amor plano y sin relieve que aletarga la vida, si nos falta, en la cabeza y el corazón, la referencia auténtica de su verdadera envergadura. El fenómeno no es nuevo, ya lo hacían así los romanos y por ello San Pablo les advertía: no os amoldéis a este mundo, sino, por el contrario, transformaos por una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto. Cuando en el capítulo anterior hemos señalado muy brevemente la necesidad de oración para entender y vivir en plenitud la vida de familia, nos referíamos, entre otras, a la urgencia de renovar la mente para limpiarla de tópicos al uso, que tantas veces son la escoria de amores que nunca lo fueron.

Se hace necesario romper viejos esquemas, desengancharse de modelos obsoletos, por muy generalizados que parezcan. Falta mucho que andar para que el amor en el matrimonio alcance el rango que está llamado a asumir. Como comentaba Chesterton, los grandes ideales no han fracasado por haber sido superados, sino por no haber sido suficientemente vividos . Porque en definitiva, las cosas que Dios pone en nuestras manos nunca llegan a ser lo bastante hermosas para responder al querer divino. Esta referencia constante al origen del amor puede ayudarnos a colocar las cosas en su lugar y en su verdadera dimensión: el amor no es un dios, sino un don de Dios. Idolatrar el amor es equivocar la estación de destino, pues sólo Dios está en su génesis y tiene derecho a regularlo.