Este camino de infancia espiritual fue el detonante de otra gracia extraordinaria en el alma de Escrivá: tenía la costumbre de decir, mientras distribuía la comunión a las monjas de Santa Isabel, “Jesús, no sé lo que te querrán éstas, pero yo te quiero más que todas juntas” [1] . El 16 de febrero de1932 recibió una escalofriante respuesta a esta declaración que escribió en sus notas personales de la siguiente manera: “Y hoy, después de dar la Sagrada Comunión a las monjas, antes de la Santa Misa, le dije a Jesús lo que tantas y tantas veces le digo de día y de noche: [...] ‘te amo más que éstas’. Inmediatamente, entendí sin palabras: ‘obras son amores y no buenas razones’. Al momento vi con claridad lo poco generoso que soy, viniendo a mi memoria muchos detalles, insospechados, a los que no daba importancia, que me hicieron comprender con mucho relieve esa falta de generosidad mía. ¡Oh, Jesús! Ayúdame, para que tu borrico sea ampliamente generoso. ¡Obras, obras!” [2] .
Como resultado de estas y otras gracias Escrivá se veía “inundado, borracho de gracia de Dios. ¡Qué gran pecado, si no correspondo! Hay momentos —hoy mismo— en que me vienen ganas de gritar: ¡Basta, Señor, basta!” [3] .
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Las gracias que Escrivá recibió durante el verano y el otoño de 1931 afectaban principalmente a su propia vida interior. Pero no se quedaban ahí. No las había recibido simplemente para enriquecer su vida de unión con Dios, sino para encarnar el espíritu que debía transmitir a los miembros del Opus Dei. Aunque, por el momento, la generosidad de Dios no se manifestó en la llegada de nuevos miembros a la Obra ni en la mejora de la situación de Escrivá: seguía siendo un sacerdote pobre en continuo peligro de ser expulsado de la diócesis de Madrid.
[1] Ibid. p. 417
[2] Ibid. p. 417
[3] Ibid. p. 418