Un materialismo cristiano

Textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia extraídos del libro "Como las manos de Dios" de Antonio Vázquez (editado en Palabra).

"Como las manos de Dios", textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia.

Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano , que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu . Como san Josemaría recordó inmediatamente, San Pablo pudo escribir: ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios . Es decir, acciones tan prosaicas como esas necesidades biológicas, pueden ser santas cuando se realizan correctamente, pues la perfección del hombre es la gloria del Creador.

Ante un descubrimiento tan próximo, inmediato y asequible, ¿cómo podíamos enderezar la intención para alcanzar esa finalidad? La fórmula está en el núcleo mismo del espíritu del Opus Dei, [que] os ha de llevar a realizar vuestro trabajo con perfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra.

El secreto está en el detalle, el acabado, la delicadeza, el afinamiento..., es decir, hacer las cosas que debemos hacer... divinamente, con el primor de un bordado.

La expresión, ese "algo divino" que se repite tres veces a lo largo de la homilía nos convoca a todos a su búsqueda, y para que no quepan dudas sobre la universalidad de la llamada, un poco más adelante subraya que toda esta doctrina encuentra especial lugar en el espacio vital, en el que se encuadra el amor humano.

Es en la creatividad fresca y jugosa que encierra el amor entre un hombre y una mujer, donde encuentra especial lugar. Allí es donde surgirán los detalles que hacen feliz la vida del otro, cuando nos proponemos olvidar la propia. Sorprender a una madre cansada, al final de la jornada, para llevarla a dar un paseo donde le apetece, no es una nadería. Recibir al marido con un beso y una sonrisa aunque se estén friendo patatas, no es una bobada. El gesto de un campesino que limpia las botas de barro al regresar de sus faenas agrícolas, no es un amaneramiento. Si un pescador aparta la mejor pieza de su captura para su esposa no ensaya un minué.

Esos hechos suponen la donación de algo que tenemos entre las manos y forma parte de nuestra existencia. Los hombres ofrecemos lo que tenemos, ¡poca cosa!, pero es la nuestra... y cuando no lo hacemos así, el mismo Cristo lo echa en falta, porque nuestra mujer o marido, lo echa de menos. Sólo hay que recordar el reproche a aquel fariseo que le invitó a comer. Entré en tu casa y no me diste agua para los pies (...) no me diste el beso (...) no has ungido mi cabeza con aceite . ¿Para qué necesitaba el Señor esa enumeración de insignificancias? Para nada, quería que su anfitrión bordara el hecho de invitarle, pues de ese modo era su amigo el que se enriquecía.

A la luz de estas enseñanzas, merece la pena pensar que no se trata tanto de proclamar a todas horas que nos "desvivimos" por nuestro cónyuge, sino que queremos hacerle que "viva" un rato agradable esta tarde . Y que "dar la vida" por el otro es un buen deseo, pero verdaderamente se la tenemos que dar troceada en muchas láminas , porque es posible que jamás se nos pida en bloque. De este modo no nos sentiremos héroes ni víctimas, nos bastará con parecernos a esos granos de sal que inmediatamente se diluyen, pero son imprescindibles para realzar los sabores de la convivencia.

San Josemaría al referirse a los detalles materiales en la vida matrimonial, utiliza ejemplos muy concretos y apunta la razón que avala ese modo de actuar. Con lenguaje fácil de entender aconseja a las mujeres: Arréglate, ponte guapa, y cuando pasen los años arregla un poquito más la fachada, como se hace con las casas. ¡Él te lo agradece tanto! Más de una vez, al glosar este punto apostilló: Es un consejo sacerdotal.

Esta consideración sobre la belleza de la mujer, que aparecerá en otras ocasiones, bien merece un comentario. Habla de un cierto deber de la mujer por acrecentar y depurar la belleza, para ofrecerla a la contemplación y a la admiración, actitud intencionalmente distinta a la exhibición y la provocación. El porte externo de una mujer emite un mensaje de su interioridad o es una máscara. La belleza no es una mera perfección plástica, sino algo más radical que va de dentro afuera: se irradia. Es una belleza que con los años cambia de cualidad pues se hace algo argumental y biográfico. Es posible encontrar esa belleza asentada sobre una silla de ruedas, en el pasillo de un hospital.

Por otra parte, estas consideraciones de san Josemaría no son frases chispeantes para animar a los oyentes, y mucho menos cuestiones de cosmética o de moda circunstancial. Era la íntima unidad de lo divino y lo humano que el Señor quiso poner en su alma. Quizá, al utilizar estas imágenes tenía ante sus ojos la figura de su madre, Doña Dolores, que jamás descuidó la discreta elegancia de su buen porte. Los que la conocieron en una edad avanzada son unánimes al describirla, tal y como la muestran las fotografías de aquella época. En cualquier momento estaba arreglada, no necesitaba recomponerse para posar.

El Fundador del Opus Dei aún profundiza más en estos aspectos materiales al glosar la doctrina sobre el Sacramento del Matrimonio. La misma tarde del domingo en que celebró la Eucaristía para los miembros de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra, se reunía también con algunos de ellos en el teatro Gayarre y les decía: Que consideréis una cosa muy elemental para un cristiano: en todos los sacramentos el ministro es el sacerdote; pero ahí no. Ahí el ministro sois vosotros. En otros sacramentos, la materia es el pan, es el vino, es el agua... Aquí son vuestros cuerpos. Recordad lo que decía esta mañana con palabras de San Pablo: no os pertenecéis; yo veo el lecho matrimonial como un altar: está allí la materia del sacramento.

Es difícil establecer una comparación más audaz, sublime y real. La inteligencia humana se topa pronto con el techo sin llegar a desentrañar las riquezas que encierra el misterio de gracia de cualquier sacramento, también el del Matrimonio. Por ejemplo, la referencia al altar, que hace san Josemaría, nos trae inmediatamente el recuerdo de la Cruz, porque esta gracia del matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana . Pero a la vez, desde ahí, toman sentido nuestras cruces, incluidas las del propio lecho conyugal. Por ello, siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces ( Mat, 8, 34 ) los esposos podrán "comprender" (Cfr. Mat. 19,11) el sentido original del matrimonio y el vínculo, con la ayuda de Cristo. Más adelante entraremos más profundamente en el tema, pero vaya por delante la óptica para enfocarlo.

Las consecuencias que se deducen tienen suficiente fuerza como para transformar la cortedad de planteamientos que a veces se hacen sobre el matrimonio cristiano. Es Cristo mismo el que sale al encuentro de los esposos cristianos para restaurar el orden de la Creación, que subsiste, aunque gravemente perturbado . No es extraño que, ante tanta misericordia, san Josemaría, en otra de sus homilías, se apresure a decir: Verdaderamente es infinita la ternura de Nuestro Señor. Mirad con que delicadeza trata a sus hijos.

En ese mismo contexto de la vida matrimonial y familiar, el Fundador del Opus Dei nos recuerda que en Jesucristo hemos sido constituidos en sacerdotes de nuestra propia existencia. Recuerda así, las palabras de San Pedro: vos auten genus electum, regale sacerdotium, gens sancta, populus adquisitionis... (I Petr.II, 9) vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad...

Su vigencia operativa es permanente. Si actúas -vives y trabajas- cara a Dios, por razones de amor y de servicio, con alma sacerdotal, aunque no seas sacerdote, toda tu acción cobra un genuino sentido sobrenatural, que mantiene unida tu vida entera a la fuente de todas las gracias. Los antecedentes se remontan al siglo I, pero ante la novedad viva y sencilla de estas palabras, se abre todo un panorama.

Es decir, los padres y las madres empiezan a entender que sus afanes, sus hijos, sus amigos, la familia entera, con los gozos y sufrimientos de cada día, pueden ofrecerlos como una hostia que se purifica con el don del Espíritu Santo, para que unida al sacrificio de Cristo tenga un valor redentor ante el Padre.

Sin embargo, para ofrecer hay que tener algo, saber encontrar en nuestro quehacer cotidiano esas ocasiones que a veces se nos escapan por el sumidero de la superficialidad, y convertirlas en dádiva. Hay que remansar el ánimo para mirar nuestra vida como "tarea" y descubrir el sentido de lo que nos ocurre para ordenar las cosas a su fin. Se puede ofrecer el dolor de una enfermedad, la alegría de una buena noticia, la satisfacción de haber tapizado de nuevo un sillón, o el incordio de tener que barrer una habitación después de haber pasado por allí los niños. Nada queda fuera de esa entrega y ese ofrecimiento: también la pelea tonta que ha podido tener el matrimonio, cuando se ha sabido pedir perdón aunque el otro haya sido el culpable.

Es preciso trenzar lo divino con lo humano para no andar por el mundo "cojo": con un pie en cada escalón de distinto nivel. No vivimos una doble vida -explicaba san Josemaría Escrivá en 1945, describiendo el espíritu del Opus Dei- , sino una unidad de vida, sencilla y fuerte, en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones. Cuando respondemos generosamente a este espíritu, adquirimos una segunda naturaleza: sin darnos cuenta estamos todo el día pendientes del Señor y nos sentimos impulsados a meter a Dios en todas las cosas, que, sin Él, nos resultan insípidas.