Una isla de paz y trabajo en un mar turbulento

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

DYA se caracterizaba por su ambiente de estudio. Además de las tutorías y de clases de Derecho y Arquitectura, la academia ofrecía una sala de estudio donde trabajar tranquila e intensamente. Escrivá recordaba continuamente a los estudiantes que allí acudían que tenían la obligación de aprender todo lo que pudieran, y si fuera posible, destacar: “Oras, te mortificas, trabajas en mil cosas de apostolado..., pero no estudias. No sirves entonces si no cambias. El estudio, la formación profesional que sea, es obligación grave entre nosotros” [1] . Uno de los primeros miembros del Opus Dei cuenta que sus primeros recuerdos del centro son que le animaron a superarse a sí mismo, a adquirir una preparación exhaustiva y a tener celo apostólico.

En esa época, la universidad estaba desgarrada por conflictos políticos y muchos alumnos descuidaban sus estudios en favor de una actividad política desbordante. DYA constituía un oasis de caridad cristiana y de comprensión. Su primer director, Fernández Vallespín, decía que tenía un ambiente “de paz, de amor de Dios y de serenidad ante las circunstancias adversas del ambiente político y social” [2] .

De una de las paredes de la sala de estudio pendía, enmarcado, un pergamino con el texto latino de las palabras del Señor en la Última Cena: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor entre vosotros” (Juan 13:34-35). El ambiente se tornaba cada vez más tenso y Escrivá alentaba a los jóvenes que acudían a DYA a poner en práctica este mandamiento en su vida cotidiana, por difícil que resultara. Les advertía continuamente contra el peligro del sectarismo y les animaba a no permitir que las diferencias políticas degeneraran en odio. Les explicaba que cada uno podía tener su visión de las cosas, pero que eso no impedía que fueran codo con codo por el mismo camino.

Pedía a los estudiantes que acudían a la academia que dejaran sus diferencias políticas a la puerta y evitaran las discusiones. Así, convivían cordialmente estudiantes de opiniones políticas diversas. Esto no era lo habitual en la sociedad, ya que, de ordinario, la fuerte polarización política impedía que se entendieran entre sí personas de opciones diferentes.

En DYA se hacía hincapié en el estudio y, como ya se ha dicho, estaban de más las discusiones políticas. Esto no se debía a la falta de preocupación por la sociedad y sus problemas. Al contrario, Escrivá y Vallespín animaban a los jóvenes que acudían a la academia a cultivar una sincera preocupación por los demás y por la sociedad. Insistían en que los estudiantes debían contribuir a la paz y al progreso de la sociedad, llevándo el mensaje de amor de Cristo y no el espíritu de división y odio que parecía extenderse por España. Pero también aclaraban que no podrían construir una sociedad mejor sin una sólida preparación profesional: “Estudia. Estudia con empeño. Si has de ser sal y luz, necesitas ciencia, idoneidad” [3] . Fuera de DYA, los estudiantes podían participar en la organización política que quisieran; Escrivá y Vallespín, por su parte, les explicaban que si pasaban la mayor parte de sus años universitarios en mítines políticos, no adquirirían la competencia y prestigio profesional necesarios para contribuir eficazmente al progreso de la sociedad.

Aunque DYA estaba abierta a estudiantes de todos los credos políticos, no tiene nada de extraño que quienes acudían a la academia no cubrieran todas las tendencias políticas españolas de entonces. Apenas había universitarios en los movimientos obreros de izquierdas, principalmente el Partido Socialista y los anarquistas con sus respectivos sindicatos. Además, aquellos partidos eran en aquellos momentos enemigos declarados de la Iglesia. Por consiguiente los escasos estudiantes socialistas o anarquistas poco se interesarían por una academia que tenía capellán, donde se daban clases de doctrina católica y cuya sala de estudio estaba presidida por una imagen de la Virgen María y el texto del Mandamiento Nuevo de Jesucristo.

Había más universitarios en los partidos de centro izquierda, como el Radical Socialista. En aquellos años, los programas de esos partidos de caracterizaban por una dura oposición a la Iglesia y el deseo de eliminar la influencia católica en la educación y la cultura. Lógicamente, el estudiante que abrazaba su ideología tampoco se interesaba por una academia que animaba a sus alumnos a vivir una vida de piedad y a difundir la doctrina de Cristo por la sociedad. Por consiguiente, era normal que los alumnos interesados por DYA y sus actividades fueran, casi inevitablemente, apolíticos o miembros de partidos de centro-derecha y de derecha.

[1] Ibid. n. 334

[2] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 560

[3] Josemaría Escrivá de Balaguer. Ob. cit. n. 340