Vida de María (XIV): Las bodas de Caná

En Caná encontramos juntos a Jesús y a su Madre. Allí, por mediación de la Virgen, Cristo realizó un milagro que dio felicidad a unos recién casados. Nueva entrega de la vida de la Virgen.

Al finalizar el largo período de Nazaret, el Señor comenzó a predicar la llegada del reino de Dios. Todos los evangelistas recogen el primer acto de esta nueva etapa: la recepción del bautismo que el Precursor administraba a orillas del Jordán. Sin embargo, sólo San Juan señala la presencia de la Virgen en esos comienzos de la vida pública: al tercer día —anota— se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos (Jn 2, 1-2).

Una lectura rápida del texto lleva a constatar, sencillamente, que Jesús realiza un milagro a ruegos de su Madre. La celebración de las bodas duraba siete días; y en una aldea pequeña, como Caná, es probable que todos los habitantes participaran de un modo u otro en los festejos. Jesús se presentó en compañía de los primeros discípulos. No resulta extraño que, con tantos asistentes, llegase a escasear el vino. María, atenta siempre a las necesidades de los demás, fue la primera en darse cuenta y lo comunicó a su Hijo: no tienen vino (Jn 2, 3). Después de una respuesta difícil de interpretar, Jesús atendió la petición de su Madre y realizó el gran milagro de la conversión del agua en vino.

Sin embargo, lo que Juan desea relatarnos no acaba ahí. Cuando escribe su evangelio, al final de su vida, iluminado por el Espíritu Santo, ha meditado largamente sobre los milagros y las enseñanzas de Jesús. Ha profundizado en el significado de este primer signo y pone de relieve su sentido más profundo. Así lo afirma el Magisterio pontificio reciente, acogiendo las conclusiones a las que han llegado los estudiosos de la Sagrada Escritura en los últimos decenios.

La precisión cronológica con que el evangelista sitúa el acontecimiento tiene un profundo significado. Según el libro del Éxodo, la manifestación de Dios a Israel para hacer la alianza tuvo lugar tres días después de haber llegado al monte Sinaí. Ahora, al tercer día desde el regreso a Galilea en compañía de los primeros discípulos, Jesús va a manifestar su gloria por primera vez. Por otra parte, la glorificación plena de su Santa Humanidad tuvo lugar al tercer día después de la muerte, mediante la resurrección.

Más allá del hecho histórico de las bodas, Juan pone de relieve que la presencia de María al principio y al final de la vida pública de Jesús obedece a un designio divino. El apelativo con que el Señor se dirige a Ella en Caná —llamándola mujer en lugar de madre— parece manifestar su intención de formar una familia fundada, no en los lazos de la sangre, sino sobre la fe. Viene espontáneamente a la memoria que del mismo modo se dirigió Dios a Eva en el Paraíso, cuando prometió que de su descendencia saldría el Redentor (cfr. Gn 3, 15). En Caná, pues, María advierte que su misión materna no se acaba en el plano natural: Dios cuenta con Ella para ser Madre espiritual de los discípulos de su Hijo, en los que desde este momento, gracias a su intervención cerca de Jesús, comienza a nacer la fe en el Mesías prometido. Lo afirma el mismo San Juan al final de la narración: así, en Caná de Galilea, hizo Jesús el primero de los signos con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él (Jn 2, 11).

Más allá del hecho histórico de las bodas, Juan pone de relieve que la presencia de María al principio y al final de la vida pública de Jesús obedece a un designio divino

La mayor parte de los estudiosos afirma que esas bodas son un símbolo de la unión del Verbo con la humanidad. Lo habían anunciado los profetas: sellaré con vosotros una alianza eterna (...). Naciones que no conocías correrán hacia ti (Is 55, 3.5). Y los Padres de la Iglesia habían explicado que el agua de las tinajas de piedra, preparadas para las purificaciones de los judíos (Jn 2, 6), representaban a la antigua Ley, que Jesús va a llevar a su perfección mediante la Ley nueva del Espíritu impresa en los corazones.

La nueva alianza prometida en el Antiguo Testamento para los tiempos mesiánicos se anunciaba con la imagen de un banquete de bodas; abundarían todo tipo de bienes, especialmente el vino. Es significativo que, en el relato de San Juan, precisamente el vino alcance gran protagonismo: se le menciona cinco veces, y se afirma que el que Jesús hizo surgir con su poder era mejor que el que empezó a faltar (cfr. Jn 2,10). También es notable el volumen de agua convertida en vino: más de 500 litros. Esta sobreabundancia es típica de los tiempos mesiánicos.

Mujer, ¿qué a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora (Jn 2, 4). Cualquiera que sea el significado exacto de estas palabras (que además estarían matizadas por el tono de la voz, el gesto de la cara, etc.), resulta claro que la Virgen no pierde la confianza en su Hijo: ha dejado la cuestión en sus manos y dirige a los sirvientes una exhortación —haced lo que Él os diga (Jn 2, 5)— que son las últimas palabras suyas recogidas en el evangelio.

En esta breve frase resuena el eco de lo que el pueblo de Israel respondió a Moisés cuando, de parte de Dios, pedía su asentimiento a la alianza del Sinaí: haremos todo lo que el Señor nos ha dicho (Ex 19, 8). Aquellos hombres y mujeres fueron muchas veces infieles al pacto con el Señor; los sirvientes de Caná, en cambio, obedecieron con prontitud y plenamente. Jesús les dijo: —Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: —Sacad ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron (Jn 2, 7-8).

María ha depositado su confianza en el Señor y adelanta el momento de su manifestación mesiánica. Precede en la fe a los discípulos, que creerán en Jesús después de realizado el prodigio. De este modo, la Virgen colabora con su Hijo en los primeros momentos de la formación de la nueva familia de Jesús. Así parece sugerirlo el evangelista, que concluye su narración con las siguientes palabras: después de esto bajó a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y sus discípulos; y se quedaron allí unos días (Jn 2, 12). Ya está todo preparado para que el Señor, con el anuncio de la Buena Nueva, con sus palabras y sus obras, dé comienzo al nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia.


LA VOZ DEL MAGISTERIO

«A primera vista, el milagro de Caná parece que se separa un poco de los otros signos empleados por Jesús. ¿Qué sentido puede tener que Jesús proporcione una gran cantidad de vino —unos 520 litros— para una fiesta privada? Debemos, pues, analizar el asunto con más detalle, para comprender que en modo alguno se trata de un lujo privado, sino de algo con mucho más alcance. Para empezar, es importante la datación: "Tres días después había una boda en Caná de Galilea" ( Jn 2, 1). No está muy claro a qué fecha anterior hace referencia con la indicación del tercer día; pero precisamente por eso parece evidente que el evangelista otorga una gran importancia a esta indicación temporal simbólica que él nos ofrece como clave para entender el episodio.

»En el Antiguo Testamento, el tercer día hace referencia al día de la teofanía como, por ejemplo, en el relato central del encuentro entre Dios e Israel en el Sinaí: "Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos... El Señor había bajado sobre él en medio del fuego" ( Ex 19, 16-18). Al mismo tiempo, es posible percibir aquí una referencia anticipada a la teofanía final y decisiva de la historia: la resurrección de Cristo al tercer día, en la cual los anteriores encuentros con Dios dejan paso a la irrupción definitiva de Dios en la tierra; la resurrección en la cual se rasga la tierra de una vez por todas, sumida en la vida misma de Dios. Se encuentra aquí una alusión a que se trata de una primera manifestación de Dios que está en continuidad con los acontecimientos del Antiguo Testamento, los cuales llevan consigo un carácter de promesa y tienden a su cumplimiento (...).

»Hay otro elemento fundamental del relato relacionado con esta datación. Jesús dice a María, su madre, que todavía no le ha llegado su "hora". Eso significa, en primer lugar, que Él no actúa ni decide simplemente por iniciativa suya, sino en consonancia con la voluntad del Padre, siempre a partir del designio del Padre. De modo más preciso, la "hora" hace referencia a su "glorificación", en que cruz y resurrección, así como su presencia universal a través de la palabra y el sacramento, se ven como un todo único. La hora de Jesús, la hora de su "gloria", comienza en el momento de la cruz y tiene su exacta localización histórica: cuando los corderos de la Pascua son sacrificados, Jesús derrama su sangre como el verdadero Cordero. Su hora procede de Dios, pero está fijada con extrema precisión en el contexto de la historia, unida a una fecha litúrgica y, precisamente por ello, es el comienzo de la nueva liturgia en "espíritu y verdad". Cuando en aquel instante Jesús habla a María de su hora, está relacionando precisamente ese momento con el del misterio de la cruz concebido como su glorificación. Esa hora no había llegado todavía, esto se debía precisar antes de nada. Y, no obstante, Jesús tiene el poder de anticipar esta "hora" misteriosamente con signos. Por tanto, el milagro de Caná se caracteriza como una anticipación de la hora y está interiormente relacionado con ella.

»¿Cómo podríamos olvidar que este conmovedor misterio de la anticipación de la hora se sigue produciendo todavía? Así como Jesús, ante el ruego de su madre, anticipa simbólicamente su hora y, al mismo tiempo, se remite a ella, lo mismo ocurre siempre de nuevo en la Eucaristía: ante la oración de la Iglesia, el Señor anticipa en ella su segunda venida, viene ya, celebra ahora la boda con nosotros, nos hace salir de nuestro tiempo lanzándonos hacia aquella "hora".

»De esta manera comenzamos a entender lo sucedido en Caná. La señal de Dios es la sobreabundancia. Lo vemos en la multiplicación de los panes, lo volvemos a ver siempre, pero sobre todo en el centro de la historia de la salvación: en el hecho de que se derrocha a sí mismo por la mísera criatura que es el hombre. Este exceso es su "gloria". La sobreabundancia de Caná es, por ello, un signo de que ha comenzado la fiesta de Dios con la humanidad, su entregarse a sí mismo por los hombres. El marco del episodio —la boda— se convierte así en la imagen que, más allá de sí misma, señala la hora mesiánica: la hora de las nupcias de Dios con su pueblo ha comenzado con la venida de Jesús. La promesa escatológica irrumpe en el presente».

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI (siglo XXI), Jesús de Nazaret , vol. I

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«El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el primer milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la Cruz, ayuda a comprender que la cooperación de María se extiende a toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación.

»En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia han vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, en la transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la antigua alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de las prescripciones legales (cfr. Mc 7, 1-15), se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y la humanidad.

»El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió para su primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente en el Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pueblo (cfr. Os 2, 21 Jr 2, 1-8, Sal 44, etc.), y en el Nuevo Testamento para significar la unión de Cristo con la Iglesia (cfr. Jn 3, 28-30; Ef 5, 25-32; Ap 21, 1-2; etc.).

»La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proyecto salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspectiva la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la falta de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cierne a menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento ofrece a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robustecer su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíciles.

»Según la interpretación de los autores cristianos el milagro de Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico. Al realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua judía (cfr. Jn 2, 13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los panes (cfr. Jn 6, 4), la intención de preparar el verdadero banquete pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bodas de Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino, que alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de un banquete.

»De este modo María después de estar en el origen de la presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vino nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la presencia de su Hijo resucitado entre los discípulos».

Juan Pablo II (siglo XX), Discurso en la audiencia general, 5-III-1997.

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LA VOZ DE LOS PADRES Y ESCRITORES ANTIGUOS

«Cristo empieza a obrar milagros en el momento oportuno, aunque sea una circunstancia fortuita la que provoca la ocasión. Se estaban celebrando unas bodas dignas y honestas, en las que se hallaba presente la Madre de Jesús. Invitado también Él, el Señor asiste a ellas con sus discípulos, no tanto por participar en el banquete, cuanto porque desea realizar un milagro y así infundir —en la fuente misma de la generación humana— una corriente santificadora de gracia que eleve el nivel ordinario de la naturaleza.

»Convenía, en efecto, que el Señor, habiendo venido a renovar la naturaleza misma del hombre, llevándola de nuevo y por completo a una condición superior, no impartiese su bendición sólo a los que ya habían nacido, sino que preparase la gracia para aquéllos que aún habían de nacer, santificando así su nacimiento. Con su presencia honró las nupcias, Él que es el gozo y la alegría de todos, cancelando de este modo la tristeza que, desde el principio, había quedado asociada al parto. Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura: lo viejo pasó —dice San Pablo—, ya ha llegado lo nuevo (2 Cor 5, 17).

»Así pues, Él asistió a las boda con sus discípulos. Convenía que aquéllos que se sentían atraídos por el encanto de las cosas maravillosas, estuviesen presentes mientras obraba milagros; de este modo recogerían —como alimento de la fe— lo que Él estaba a punto de realizar»

San Cirilo de Alejandría (siglo V). Comentario al Evangelio de San Juan , libro 2.

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«El milagro con el que Nuestro Señor Jesucristo convirtió el agua en vino no es una maravilla a los ojos de quienes saben que fue obrado por Dios. En efecto, el que durante las bodas produjo el vino en las seis ánforas que mandó llenar de agua, es el mismo que todos los años hace algo semejante en las vides. Lo que los servidores echaron en las hidrias, fue transformado en vino por obra de Dios, lo mismo que también por obra de Él se cambia en vino lo que cae de las nubes. Si no nos maravillamos de esto, es porque sucede todos los años y por la frecuencia ha dejado de ser admirable.

»Sin embargo, esto merecería mayor consideración de lo que sucede dentro de las ánforas con agua. ¿Quién puede, en efecto, considerar las obras del Señor, con las que rige y gobierna el mundo entero, sin pasmarse de asombro ni quedar como aplastado ante tantos prodigios? La potencia de un grano de semilla cualquiera es tan grande que casi hace estremecer de espanto a quien lo considera con cuidado. Pero como los hombres, ocupados en otras cosas, han dejado de prestar atención a las obras de Dios, por las que sin cesar deberían glorificar al Creador, Dios se reservó hacer prodigios inusitados para inducir a los hombres, que están como amodorrados, a adorarlo a través de estas maravillas».

San Agustín (siglos IV-V). Comentario al Evangelio de San Juan, 8, 1.

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« Tres días después se celebraban unas bodas ( Jn 2, 1). ¿Qué significan estas bodas sino los deseos y las alegrías de la salvación humana? El simbolismo del número tres, en efecto, celebra el misterio de la salvación: bien por la confesión de la Santísima Trinidad, bien por la fe en la Resurrección, que ocurrió tres días después de la muerte del Señor (...).

»Como el esposo que sale de la estancia nupcial (cfr. Sal 18, 6), así Cristo descendió a la tierra para unirse a la Iglesia mediante su encarnación. A esta Iglesia, reunida de entre los paganos, entregó prendas y promesas. En prenda le dio la redención, como promesa la vida eterna. Todo esto era un milagro para quien lo veía y un misterio para quien lo comprendía. En efecto, si reflexionamos profundamente, comprenderemos que en el agua se encuentra representada una cierta imagen del bautismo y de la resurrección. Cuando una cosa procede de otra por medio de un proceso interno, o cuando una criatura inferior es elevada por medio de una secreta conversión a un estado superior, nos encontramos frente a un segundo nacimiento. Las aguas son transformadas de repente, y ellas mismas, más adelante, transformarán a los hombres. Así pues, en Galilea, por obra de Cristo, el agua se convierte en vino: desaparece la ley y le sucede la gracia; la sombra huye y en su lugar aparece la realidad; las cosas materiales se comparan con la espirituales; la vieja observancia cede el paso al Nuevo Testamento.

»Afirma el bienaventurado Apóstol: lo viejo pasó, ya ha llegado lo nuevo (2 Cor 5, 17). Como el agua contenida en los odres no pierde nada de lo que era y empieza a ser lo que no era, así la Ley no ha sido disminuida por la venida de Cristo, sino perfeccionada, porque de Cristo ha recibido su perfección. Al faltar el vino, se sirve otro vino; el vino del Antiguo Testamento es bueno, pero el del Nuevo Testamento es mejor. La Antigua Alianza, a la que se sujetan los judíos, se agota en la letra; la Nueva, a la que obedecemos nosotros, nos devuelve el sabor de la gracia. Vino "bueno" es el mandamiento de la Ley, que dice: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo ( Mt 5, 43); el vino del Evangelio, que es mejor, dice: Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os persiguen (cfr. Mt 5, 44).

Fausto de Riez (siglo V). Sermón 5 sobre la Epifanía.

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LA VOZ DE LOS SANTOS

«Cristo, respondiendo a la Madre que le decía: Concédeme esta gracia , contestó prontamente: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora ( Jn 2, 4). Algunos han querido entrever en estas palabras un significado que justifica su impiedad. Son los que sostienen la sumisión de Cristo a las leyes naturales, o bien le consideran, también a Él, vinculado a las horas. Pero esto es porque no comprenden el sentido de la palabra. La boca de los impíos, que meditan el mal, es obligada a callar por el inmediato milagro obrado por Aquél que ha cumplido todo con sabiduría.

»"Hijo mío —dijo la Madre de Jesús, la completamente Pura—. responde ahora. Tú, que impones a las horas el freno de la medida, ¿cómo puedes esperar la hora, Hijo mío y Señor mío? ¿Cómo puedes esperar el tiempo, si has establecido Tú mismo los intervalos del tiempo, oh Creador del mundo visible e invisible, Tú que día y noche diriges con plena soberanía y según tu discreción las evoluciones inmutables? Has sido Tú quien ha fijado la carrera de los años en sus ciclos perfectamente regulados: ¿cómo puedes esperar el tiempo propicio para el prodigio que te pido, Tú que has cumplido todo con sabiduría?"

»"Ya antes de que Tú lo notases, Virgen venerada, Yo sabía que el vino faltaba", respondió entonces el Inefable, el Misericordioso, a la Madre veneradísima. "Conozco todos los pensamientos que habitan en tu corazón. Tú reflexionaste dentro de ti: la necesidad incitará ahora a mi Hijo al milagro, pero con la excusa de las horas lo está retrasando. Oh Madre pura, aprende ahora el porqué de este retardo, y cuando lo hayas entendido, te concederé ciertamente esta gracia, Yo que he cumplido todo con sabiduría"».

San Romano el Cantor (siglo VI). Himno sobre las bodas de Caná.

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«Los textos de las Sagradas Escrituras que nos hablan de Nuestra Señora, hacen ver precisamente cómo la Madre de Jesús acompaña a su Hijo paso a paso, asociándose a su misión redentora, alegrándose y sufriendo con Él, amando a los que Jesús ama, ocupándose con solicitud maternal de todos aquellos que están a su lado.

»Pensemos, por ejemplo, en el relato de las bodas de Caná. Entre tantos invitados de una de esas ruidosas bodas campesinas, a las que acuden personas de varios poblados, María advierte que falta el vino (cfr. Jn 2, 3). Se da cuenta Ella sola, y en seguida. ¡Qué familiares nos resultan las escenas de la vida de Cristo! Porque la grandeza de Dios, convive con lo ordinario, con lo corriente. Es propio de una mujer, y de un ama de casa atenta, advertir un descuido, estar en esos detalles pequeños que hacen agradable la existencia humana: y así actuó María.

»Fijaos también en que es Juan quien cuenta la escena de Caná: es el único evangelista que ha recogido este rasgo de solicitud materna. San Juan nos quiere recordar que María ha estado presente en el comienzo de la vida pública del Señor. Esto nos demuestra que ha sabido profundizar en la importancia de esa presencia de la Señora. Jesús sabía a quién confiaba su Madre: a un discípulo que la había amado, que había aprendido a quererla como a su propia madre y era capaz de entenderla».

San Josemaría (siglo XX). Es Cristo que pasa , n. 141.

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LA VOZ DE LOS POETAS

Si Eva nos fue cruel, María humana;

Eva del mal, María del bien llena;

¿qué importa que haya males, si los sana?

¿qué importa que haya daño, si se enfrena?

Eva, comed, comed de la manzana;

abrid, Adán, el vaso en buena hora;

enfermedades derramad sin duelo,

que con tal medicina tenga el suelo.

No ha tenido remedio mal tirano

que no fuese por medio de María.

Ella es defensa del linaje humano,

y la que del azote le desvía.

Ella es la garganta y cuello soberano

por quien nuestra Cabeza, Cristo, envía

a los místicos miembros el reparo,

¡oh fiel Pandora para nuestro amparo!

Antonio Escobar y Mendoza (siglo XVII). Nueva Jerusalén María. * * *

Abrir hoy la salida a las corrientes

de sus misericordias convenía

a Jesús, por los ruegos de María

y consuelo de todos los vivientes.

Para que divulgado entre las gentes

cuán misericordiosa es y cuán pía

el que en su ayuda y su favor confía

crea que le serán siempre presentes.

Lo cual se seguirá si obedeciere

con los ministros a la Virgen pura

a quien dijo: seguid lo que os dijere

mi dulcísimo hijo, que segura

gozará el alma, que su voz oyere,

vino en la patria de mayor dulzura.

Arcángel de Alarcón (siglo XVI). Vergel de plantas divinas

J.A. Loarte