Vivir una aventura

Entrevista a Carlos Gaspar Koch, agente de la ONG Teléfono de la Esperanza. A pesar de su ceguera, coopera como orientador echando una mano a personas en crisis psicológicas.

Carlos Gaspar Koch pertenece al Opus Dei desde 1995. Él y su mujer, Stella, son ciegos. Tienen tres hijos: Marta, de 11 años, Itziar, de 8, y Jorge, de 1. Carlos coopera en una ONG que atiende a personas en situación de crisis. Para realizar mejor esta labor, comenzó a estudiar la carrera de Psicología.

¿Qué significa, para una persona como usted, vivir sin ver la vida?

Para mí vivir es esencialmente una gran aventura de la que cada día es un episodio nuevo: la aventura de la felicidad mía y de los demás. A mí me ha ayudado mucho considerar a Dios como un padre y como un amigo, el que mejor me conoce. De esto modo la vida adquiere una dimensión nueva: vivir significa entonces renovar esa íntima relación a través de los sucesos de la vida cotidiana. Además, sé que siempre podré ser útil a alguien. Una oportunidad me la brinda actualmente el Teléfono de la Esperanza, una ONG en la que colaboro. En todo esto las enseñanzas de san Josemaría han sido un estímulo importante; por ejemplo, hay un punto de “Camino” que dice: “No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre: es menester que tengas ansias de hacerla feliz”.

Y la ceguera, ¿qué supuso?

La pérdida de la visión fue una circunstancia vital crítica. Ahora, a día de hoy, y sinceramente, todo lo doy por bueno. Esta crisis me ayudó a replantearme cosas de calado y me situó en un cara a cara con mi realidad de entonces: yo ante mi propia vida. A raíz de la ceguera, descubrí asuntos y planteamientos que tenía que reconducir, y valoré cosas en mí que hasta el momento habían pasado desapercibidas. Es difícil explicar cómo aprendí a relativizar los acontecimientos y a la vez valorar mi existencia al encontrarme con la de Dios.

¿Cómo encontró a Dios?

Es una historia larga y difícil de resumir. Cuando me quedé ciego, la primera reacción fue de sorpresa, un sentimiento que enseguida pasó a ser de angustia y de cierta soledad. ¿Quién era yo...? Toda seguridad se me había hecho añicos... Pero después, cuando me sentí personalmente comprendido y acogido, experimenté una gran serenidad. Vislumbré desde dónde y hacia dónde mi existencia tenía una explicación: pienso que es justo decir que encontré a Dios en el amor.

Con el tiempo Dios me fue sugiriendo también el cómo dar un sentido pleno a mi vida. He comprobado en mi propia piel que Dios invita, pide y dispone las ayudas necesarias para nuestro camino: una persona del Opus Dei se cruzó en mi vida, y su amistad y ayuda en aquellos días motivaron mi acercamiento a la labor espiritual y formativa de la Prelatura hasta que discerní como posible para mí la vocación al Opus Dei.

¿En qué consiste su colaboración con el Teléfono de la Esperanza?

Fundamentalmente soy agente de la ONG y coopero como orientador echando una mano a personas en crisis psicológicas. Atiendo bastantes consultas telefónicamente y también recibo visitas en la propia sede de la organización. Para desarrollar esta actividad con profesionalidad, comencé a estudiar la carrera de psicología, de lo que me alegro, porque he adquirido conocimientos que son de gran ayuda para este proyecto.

Y su esposa, ¿qué dice de todo esto?

Stella, que es psicólogo en ejercicio, me apoya completamente y es una gran ayuda. Además, juntos nos hemos embarcado en sacar adelante un grupo de formación para matrimonios. En estos momentos, nos parece vital defender la unión conyugal como un vínculo de amor, como un proyecto común que se consolida cada día más. Además, Stella y yo pensamos que la labor de los padres es importantísima en la educación de los hijos, una responsabilidad que no se puede delegar. Pero sobre todo queremos transmitir una visión mucho más grande del matrimonio, una vocación, como decía el fundador del Opus Dei, un camino divino.