Zaragoza

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Su padre le animó a compaginar los estudios sacerdotales con una licenciatura en Derecho, aunque no sabemos exactamente el porqué de ese consejo. Quizás previó la posibilidad de que su hijo mayor tuviera que contribuir en el futuro al sostenimiento de la economía familiar. Sea como fuere, Josemaría convino en que la idea era buena, pero no era posible estudiar esa carrera ni en Logroño ni en Calahorra, donde los seminaristas completaban el último ciclo de estudios eclesiásticos. La Facultad de Derecho más próxima se encontraba en Zaragoza. Tenía también la ventaja de que allí podría obtener el doctorado en Teología, algo prácticamente imposible si permanecía en Logroño. Escrivá, por tanto, solicitó y obtuvo el permiso oportuno para trasladarse a Zaragoza y recibir las órdenes sagradas en aquella diócesis.

Zaragoza era una de las más importantes y populosas ciudades del país. Tenía una universidad estatal con Facultad de Derecho, otra Universidad Pontificia y dos seminarios. Tras la Primera Guerra Mundial, la ciudad atravesaba un período difícil y turbulento. Se habían producido recientemente hechos sangrientos: asesinatos e insurrecciones anarquistas y diversos brotes de pistolerismo que provocaron la declaración del estado de guerra y la supresión de las libertades cívicas. Entre 1917 y 1923 la violencia política se cobró veintitrés vidas en aquella ciudad.

En el otoño de 1920, Escrivá ingresó en el Seminario de San Carlos, donde los alumnos vivían y recibían su formación espiritual; para las clases de teología tenían que trasladarse a la cercana Universidad Pontificia. Ésta es por tanto la primera vez que Escrivá vive –de hecho– en un seminario. Como el resto de sus compañeros, dispone de una pequeña habitación parcamente amueblada, sin cuarto de baño ni luz eléctrica. En todo el edificio no había ni una sola ducha o bañera; cada seminarista tenía una jofaina que podía llenar de agua fría en una pila ubicada al final del pasillo. La mayoría se contentaba con lavarse la manos y la cara puesto que el seminario no tenía calefacción, ni siquiera en los más crudos días del invierno. Los estudiantes se sorprendían de que Escrivá hiciera tantos viajes a la pila para conseguir el agua necesaria para lavarse de los pies a la cabeza. Algunos incluso llegaron a tildarle de melindroso y comentaban que tanta atención a la higiene personal no era lo más adecuado para un sacerdote. En una ocasión, un seminarista especialmente ordinario y que olía muy mal llegó a frotarle la cara con la manga empapada de sudor diciendo: “¡Hay que oler a hombre!” [1] . El joven Escrivá, que de naturaleza era bastante impulsivo, a duras penas pudo controlarse y se limitó a contestar: “No se es más hombre por ser más sucio” [2]

Pero no era sólo la pulcritud lo que motivaba que sus propios compañeros le tacharan de “señorito” [3] . Uno de los seminaristas que compartió sus años de alumno en el San Carlos recordaba más tarde: “Era Josemaría un señor de pies a cabeza, en todo su comportamiento: en la manera de saludar, en la forma de tratar a las personas, en cómo vestía, en la educación con que comía; sin proponérselo, representaba un fuerte contraste con lo que parecía costumbre entonces” [4] .

La piedad de Escrivá también llamaba la atención. El régimen de vida del seminario incluía Misa, meditación, Rosario, lectura de un libro espiritual, visita al Santísimo Sacramento y examen de conciencia por la noche. Lo normal era que hasta los más piadosos se contentaran con cumplir estas observancias y demás actos de piedad establecidos; sin embargo, Josemaría hacía frecuentes visitas a la capilla del seminario durante el tiempo libre. Ahí, delante del Santísimo Sacramento, abría su corazón al Señor, a veces durante horas enteras y en ocasiones toda la noche, llenando el tiempo con actos de adoración a Cristo en la Eucaristía e implorando luces para ver la voluntad de Dios y obtener la gracia para llevarla a cabo. También adquirió la costumbre de acudir todos los días a la Basílica de Nuestra Señora del Pilar. En cierta ocasión, Escrivá consiguió el permiso necesario para permanecer en el interior del templo una vez cerrado al público y besar la imagen de la Virgen que ahí se venera, privilegio reservado sólo a los niños que se acercan a honrar a la Madre de Dios durante el tiempo en que la basílica mantiene sus puertas abiertas. En su habitación del seminario guardaba una pequeña reproducción en yeso de la Virgen del Pilar y en la base escribió con un clavo la jaculatoria, que tantas veces había formado parte de su oración habitual, “Domina, ut sit!” (Señora, ¡que sea!).

En esa ciudad aragonesa, la devoción a la Virgen que Escrivá aprendió de sus padres creció aún más en profundidad y fervor. Una y otra vez acudía a Ella suplicando su ayuda maternal y pidiéndole estar siempre cerca de su Hijo. “A Jesús siempre se va y se "vuelve" por María” [5] , escribió en 1934 como fruto de su propia experiencia.

Trató de ser discreto en lo referente a su piedad personal pero en vano. Era de esperar que Escrivá encontrara piedad en el lugar más lógico para eso: el seminario. Pero sus compañeros no tardaron mucho en hacer mofa de su devoción adjudicándole los motes de “Rosa Mística” y “Soñador”.

Motivado en parte por la postura recelosa de sus compañeros, el rector del seminario no miraba con buenos ojos a Escrivá. En la hoja de evaluación al final del primer curso le puso un “bien” en el apartado de piedad, pero sólo “aceptable” en diligencia y disciplina, a pesar de que Josemaría había alcanzado unas notas excelentes y resultó ser uno de los pocos alumnos que no fue castigado en todo el año. Describía el carácter de Escrivá como “inconstante y altivo, pero educado y atento” [6] . Y lo más curioso es que debajo del apartado “vocación” escribió como de mala gana “parece tenerla” [7] . De algunos comentarios de Escrivá se desprende que, muy al principio de su estancia en el seminario, el rector trató incluso de disuadirle de su deseo de ser sacerdote. En el segundo año, el rector solicitó a su homólogo del Seminario de Logroño un informe sobre las cualidades personales de Escrivá y su posible vocación. El informe favorable que recibió y un trato más personal y asiduo con el joven seminarista le hicieron cambiar de opinión y llegó a ser uno de los más fieles defensores de Escrivá.

En algún momento en el transcurso de su estancia en Zaragoza, parece que Escrivá sufrió una dura prueba o crisis. En sus apuntes de principios de los años 30 y dirigiéndose a Cristo dice: “Si no hubieras estorbado mi salida del Seminario de Zaragoza, cuando creí haberme equivocado de camino— estaría alborotando en las Cortes españolas, como otros compañeros míos de Universidad lo están..., y no a tu lado, precisamente, porque [...] hubo momento en que me sentí profundamente anticlerical, ¡yo que amo tanto a mis hermanos en el sacerdocio!” [8]

Aunque la crisis puede haberse exacerbado por la dificultad de Escrivá en adaptarse al seminario y al trato un tanto difícil con alguno de los seminaristas, la nota nos sugiere que la raíz del asunto no está en eso, sino en lo que él describe como su “anticlericalismo”. Aquí hay que aclarar que en la España de los años 20, los políticos anticlericales pretendían eliminar la influencia de la Iglesia en la vida civil. Querían reducir la práctica de la religión al ámbito de lo privado como algo meramente personal, y borrar de la vida pública cualquier vestigio de religiosidad. El anticlericalismo de Escrivá era algo diametralmente distinto; se asentaba en el convencimiento de que el sacerdote está llamado a amar apasionadamente a Dios y a vivir una vida de servicio desinteresado como si fuera “otro Cristo, el mismo Cristo”. En este contexto, no hay, por consiguiente, hueco para que el sacerdote se involucre en el mundo de la política, o trate de manipular o controlar a los fieles con vistas a alcanzar sus propios objetivos. Con el paso del tiempo, Escrivá no tuvo sino palabras de elogio para los compañeros de seminario, la inmensa mayoría de los cuales trabajaron como buenos ministros de Cristo en sus parroquias y no pocos murieron mártires durante la Guerra Civil española. En los primeros años del seminario, sin embargo, le dolía la postura de algunos que pensaban que ser sacerdote era una forma de ganarse el sustento y prosperar en la vida. La idea de forjarse una carrera eclesiástica y la postura de sus compañeros que defendían el hecho de ordenarse sacerdotes porque no tenían otra forma mejor de ganarse la vida hicieron que llegara a preguntarse si no se habría equivocado, al pensar que el sacerdocio iba a satisfacer el deseo de amor que había llenado su corazón el mismo día en que vio aquellas pisadas sobre la nieve.

Las anotaciones de Escrivá no arrojan mucha luz ni sobre la duración de esa crisis ni el modo en que la superó. Lo más probable es que la respuesta a sus dudas y anhelos la encontrara en la oración, meditando en la presencia de Dios distintos pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento y dialogando con Jesús, María y José sobre la vida y acontecimientos de la “Trinidad de la Tierra” y su propia vida. Un punto de “Camino” describe el estilo personal de su oración: “Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?" -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: "¡tratarse!” [9] .

Su oración era una conversación íntima, personal, incluso apasionada. Le decía a Jesús: “Me hubiese gustado ser tuyo desde el primer momento: desde el primer latido de mi corazón, desde el primer instante en el que la razón mía comenzó a ejercitarse. No soy digno de ser –y sin tu ayuda no llegaré a serlo nunca- tu hermano, tu hijo y tu amor. Tú sí que eres mi hermano y mi amor, y también soy tu hijo” [10] .

En ocasiones la oración no fluía tan fácilmente y entonces se aplicaba a sí mismo el consejo que luego daría a otros en “Camino”: “-Y, en mi meditación, se enciende el fuego. -A eso vas a la oración: a hacerte una hoguera, lumbre viva, que dé calor y luz. Por eso cuando no sepas ir adelante, cuando sientas que te apagas, si no puedes echar en el fuego troncos olorosos, echa las ramas y la hojarasca de pequeñas oraciones vocales, de jaculatorias, que sigan alimentando la hoguera” [11] .

En otros momentos era Dios quien tomaba la iniciativa y le llenaba de instantes de auténtica oración mística. Apenas sabemos nada de esas experiencias porque Escrivá quemó la libreta en que apuntaba todos esos detalles que el Señor había tenido con él, por temor, sobre todo, a que cualquiera que leyese la historia de las gracias extraordinarias recibidas en la oración pensara que era un santo cuando él se consideraba a sí mismo “un pecador que ama con locura a Jesucristo” [12] . Álvaro del Portillo, uno de los primeros miembros del Opus Dei que siempre estuvo a su lado y llegaría a ser su primer sucesor al frente de la Obra, comentaba al referirse a los años de Escrivá en Zaragoza: “Dios le ayudaba con muchas mociones, con muchas locuciones (...); el Señor habla, sin ruido de palabras, y sus frases quedan grabadas en el alma como si fuese a fuego” [13] . El propio Josemaría habló en alguna ocasión de las gracias especiales recibidas durante su estancia en la ciudad del Ebro: “Yo, no sabiendo cómo llamarlas, las llamaba gracias operativas, porque me ayudaban a trabajar, aunque fuese a contrapelo, sin que me costase esfuerzo alguno” [14] . Tras estudiar todas las pruebas existentes, el religioso dominico encargado por la Santa Sede para dirigir la causa de beatificación de Escrivá, resume sus conclusiones con las siguientes palabras: “El Señor le condujo a través de experiencias místicas que le llevaron a alcanzar las cumbres de la unión transformante: locuciones interiores, purificaciones y consolaciones que le hacían ‘sentir’, en toda su humildad, la acción impetuosa de la gracia, y que, como todos los verdaderos místicos, acompañaba con un rigurosísimo esfuerzo ascético” [15] .

[1] Andrés Vázquez de Prada. ob. cit. p. 133

[2] ibid. p. 133

[3] ibid. p. 133

[4] ibid. p. 132

[5] Josemaría Escrivá de Balaguer. ob. cit. n. 495

[6] Andrés Vázquez de Prada. ob. cit. p. 137

[7] ibid. p. 137

[8] ibid. p. 136

[9] Josemaría Escrivá de Balaguer. ob. cit. n. 91

[10] AGP, P09 p. 117

[11] Josemaría Escrivá de Balaguer. ob. cit. n. 92

[12] José Orlandis. AÑOS DE JUVENTUD EN EL OPUS DEI. Ediciones Rialp. Madrid 1994. p. 178

[13] AGP, P01 1978 p. 1064

[14] ibid. p. 1064

[15] José Miguel Cejas. VIDA DEL BEATO JOSEMARÍA. Ediciones Rialp. Madrid 1993. p. 37-38