Un verano original con subtítulos en lituano

Cuarenta y cinco estudiantes de la Asociación Juvenil Isaba y el Colegio Mayor Goroabe han dedicado parte del verano a ayudar en un asilo y en dos orfanatos lituanos

Paúlus vive en el asilo de Kretinga, ciudad situada al norte de Lituania. No tiene familia; muy delgado, se apoya en un bastón y lleva siempre una gorra con visera. Cada verano espera con impaciencia la llegada de las chicas que, desde hace cinco años, traen desde España cariño y alegría. En cuanto las 45 voluntarias navarras se bajaron del autobús de La Burundesa que las llevó, del 24 de junio al 10 de julio, desde Pamplona a Kretinga cruzando media Europa, allí estaba Paúlus, abrazándolas lleno de alegría.

En cambio, muchos bebés de los orfanatos ni siquiera las miraron al principio; su mirada se perdía en el infinito. Hacerles sonreír un poco les costaba hasta «hora y media» de intentos.

Pilar Tourón Goena, próxima alumna de 3° de Publicidad, recuerda al niño de dos años que lloraba y al que le vio la espalda llena de heridas y moratones. "Lo habían dejado una semana antes en la puerta del orfanato", relata. "Hay malos tratos y abandonos; entre otras cosas por problemas de alcoholismo de los padres".

Una estudiante de 2° de Audiovisual, rememora a la niña de 7 años que andaba descalza porque los únicos zapatos que tenía se le habían quedado pequeños... Por supuesto, le compraron calzado.

Y en el asilo, ancianos sin familia, encamados, sin limpiar, con las sábanas sucias... "Al principio te impacta el olor y el primer día vas con guantes", comenta María, que ha terminado 4° de ESO. "Luego ves que lo que necesitan es sentirse queridos y te dejas de memeces", añade.

Vivencias grabadas

Éstas y otras muchas vivencias han quedado grabadas en el co­razón de las 45 voluntarias que, coordinadas por la Asociación Juvenil Isaba y el Colegio Mayor Goroabe de la Universidad de Navarra, en colaboración con la asociación lituana Vilnelés Kul­türos Centras, han pasado una parte de sus vacaciones de vera­no en este campo de trabajo, al­gunas repitiendo experiencia y otras por primera vez.

María Goena Irrisari. Que estudiará 5º de Medicina el próximo curso, es de las veteranas; ha sido su tercera ocasión. Lejos de acostumbrarse, asegura que cada año le impresiona “más”, sobre todo los ancianos. “Vuelves y ves que todo sigue igual desde que estuviste la otra vez, que ellos han seguido ahí sufriendo, que algunos incluso están peor de salud”, indica.

En la tercera planta del asilo, además, tienen a enfermos terminales, “sin ningún tipo de tratamiento médico”, explica, sucios y sin casi atención. “Como se van a morir, no se les cuida mucho”, añade María Villarino Marzo, periodista y coordinadora en el Colegio Goroabe. “Es como la persona sin dignidad”, afirma.

Las causas: falta de medios (material higiénico y de limpieza, sábanas, ropa, etc.) y de personal (insuficiente y mal pagado), en un país donde, como en otros de Europa del Este, los precios son altos, los salarios bajo la supervivencia muy difícil. Villarino cree que es también "una cuestión cultural". "Les chocaba mucho que limpiáramos tanto”.

O que dedicaran tanto tiempo a "mimar" a ancianos y niños. Unos mimos que ellos agradecían con sonrisas, lágrimas y besos. Los ancianos, "sólo con echarles colonia y peinarles, echaban a llorar", cuenta Maite Fernández Lacabe, que va a estudiar Enfermería y es la segunda vez que ha viajado a Lituania.

Las voluntarias se dividían en grupos y acudían al asilo y los orfanatos, uno de 0 a 3 años y otro de más mayores, todas las mañanas de 10 a 14.30 horas. Cada día cambiaban de destino. También hicieron un "campamento del día" con chavales del pueblo que pasaban casi todo el día solos por estar sus padres trabajando.

"Era algo tan intenso que acabábamos agotadas", dicen. Les acompañaban 10 estudiantes lituanas cómo traductoras. María Villarino recuerda a una de ellas, universitaria, que al principio dijo que ella "sólo" traduciría. El primer día, "salió llorando"; el segundo, ya empezó a echar una mano; al tercero, era la primero en limpiar, atender, cuidar…

Y es que al final no podían hacer grandes cambios, pero sí al menos "cuidarles y darles afecto, devolverles la dignidad", dicen.

Un mendigo cerca de casa

Se alojaban en una escuela a dónde acudían cada tarde para comer y descansar un rato y, si tenían ganas, dar una vuelta. De la comida, la colada, etc. también se ocupaban ellas mismas.

Beá Trigo González, que va a estudiar Publicidad Bilingüe, recuerda que un día descubrieron a un señor rebuscando en el contenedor donde ellas tiraban basura. Optaron por dejarle a vista un plato con comida.

Regresaron a Navarra con sensación de haber “recibido más” de lo que habían dado, “tocadas”. “Te vuelves más sensible aciertas cosas”, admite. "Valoras más la suerte que tienes aquí", añade María Goena. Eso, sí, todas tienen muy claro que el próximo verano... volverán.

M. J. Castillejo // Diario de Navarra