Comienzos en Yauyos: testimonio de Mons. Orbegozo

"Las gentes eran muy sencillas, de una gran religiosidad popular, de fiesta de santo, pero no tenían ni noticia de la fe; del Bautismo sí; pero el Sacramento de la penitencia, por ejemplo, era desconocido"

“Cuando llegamos –contaba hace años Mons. Orbegozo en una entrevista- sabíamos que era duro, que no había carreteras, que toda la comunicación con los pueblecitos se hacía a caballo, que era una zona paupérrima, que no teníamos de nada... Recuerdo mi entrada como obispo.

Habían hecho un arco con unas ramas de eucaliptus y lo pusieron a la entrada de Yauyos. Y así tomé posesión. Yauyos, que era la Sede, tendría unos dos mil habitantes. Estábamos cinco sacerdotes y yo para los 37.000 habitantes de la Prelatura...

El primer año, íntegro, lo pasé con Enrique Pélach, a caballo, conociendo la Prelatura, a veces juntos, a veces cada uno en una zona, visitando pueblo por pueblo. No teníamos más que un plano chiquito de ésos que usan en los colegios...

Íbamos por caminos muy estrechos y peligrosos, y gracias a Dios no hubo accidentes mortales... Caídas de caballos y accidentes, muchos. Pero mortales, no. No llevábamos de nada: algo de comida y algunas medicinas en las alforjas y ya está. Y pasábamos un hambre... ¡y un frío...!

Salíamos a medianoche, a caballo, a la una de la madrugada; y cuando llegábamos a los cinco mil metros empezaba a verse el sol. Y allí, frío. Soledad. A veces, en muchas horas no se encontraba nada. Horas y horas de sierra. De fatiga...

Al llegar a cada pueblo, estábamos horas y horas bautizando, predicando, confesando, toda la mañana, la tarde y parte de la noche. Y luego, a otro pueblo. Y al siguiente. Y al siguiente. Y así, durante diez, doce días, veinte... 

Al final regresábamos a Yauyos, para asearnos y tomarnos unos días de descanso. Y también, para que pudieran descansar los caballos. Y luego, a empezar de nuevo...”

Al cabo de un año Mons. Orbegozo viajó a Roma y estuvo hablando con san Josemaría. 

-¿Y las vocaciones sacerdotales? –le preguntó el Fundador.

- Padre -le dijo Mons. Orbegozo- este año nos lo hemos pasado sobre un caballo recorriendo la Prelatura… 

“Entonces me dijo, con delicadeza –comentaba Mons. Orbegozo- con un gran respeto hacia mi libertad, que si él estuviera en mi lugar se preocuparía fundamentalmente por las vocaciones sacerdotales...

Cuando volví a Yauyos, creé una Asociación de acólitos, con chiquillos que estaban en las parroquias, de doce, de trece años… Y vinieron más sacerdotes a ayudarnos... Al comienzo teníamos dificultad para encontrar caballos y nos los prestaban. Luego pudimos tener caballo propio… ¡Gran progreso...!

"Muchos no habían visto a un sacerdote en veinticinco años, y tenían una gran ignorancia religiosa, también entre el escaso clero que había"

Las gentes eran muy sencillas, de una gran religiosidad popular, de fiesta de santo, pero no tenían ni noticia de la fe; del Bautismo sí; pero el Sacramento de la penitencia, por ejemplo, era desconocido.

Muchos no habían visto a un sacerdote en veinticinco años, y tenían una gran ignorancia religiosa, también entre el escaso clero que había. 

Cuando supo el Padre toda la labor que se estaba haciendo y los medios que estábamos poniendo para promover vocaciones sacerdotales, me dijo que estaba muy contento, que bendecía nuestro trabajo y me aseguró que en veinte años veríamos mucho fruto.

¡Veinte años! ¡Y a mí que la experiencia de aquellos primeros años me había parecido siglos de largo! 

Ahora, echando cuentas, descubro que Chama era uno de los muchachos que conocimos entonces. Era un chiquito de tercer o cuarto año de primaria. Y se ordenó a los veinte años justos. 

Es doctor en Teología, ha estado en Roma, y ahora es el director del Seminario. Y ya se han ordenado más de treinta sacerdotes...".