El día a día de un capellán de un hospital público

Salvador Moya García desempeña su trabajo sacerdotal en el Hospital Miguel Servet, de Zaragoza, uno de los cinco hospitales más grandes de la Seguridad Social, con más de siete mil empleados y 70.000 ingresos de enfermos al año.

Hace cinco años el entonces arzobispo de Zaragoza Mons. Yanes, le pidió al Vicario del Opus Dei en la ciudad del Ebro un sacerdote más para la atención pastoral del Miguel Servet, uno de los hospitales más grandes de la Seguridad Social española,  en el que trabajan varios capellanes. El Vicario se lo planteó a Salvador Moya, un albaceteño de 58 años, que atiende una Asociación juvenil de la ciudad, Jumara.

Don Salvador aceptó el reto, y cuenta que su experiencia está siendo muy positiva “al ver las maravillas de la gracia de Dios ante el dolor. Estoy aprendiendo mucho, al descubrir  a Cristo en el dolor unido a la Cruz de tantos enfermos”

El trabajo pastoral que llevan a cabo los sacerdotes de este Hospital Público, uno de los cinco más grandes de la Seguridad Social, con más de siete mil empleados y una media de 70.000 ingresos de enfermos al año, es particularmente  intenso y sacrificado. “He comprobado –explica don Salvador- que las convicciones espirituales y la vida cristiana del enfermo influyen mucho en su actitud ante la enfermedad, en su forma de afrontar el dolor.

Hace años, cuando subíamos en el ascensor, una chica me pidió que fuera a ver a su padre, un hombre de fe que atravesaba un momento especialmente doloroso. Estaba muy nervioso y desasosegado. Le llevé una imagen de la Virgen del Pilar y recé un Avemaría a su lado, sugiriéndole que ofreciera sus sufrimientos al Señor. Lo comprendió muy bien y este pensamiento le produjo una gran paz interior, una serenidad íntima que le dio sentido a su dolor, fuerzas y ánimos para afrontar su enfermedad. Luego pidió a los que estaban allí que le dejaran solo, porque quería confesarse y recibir la Unción de los enfermos.

Esto se repite con mucha frecuencia en el día a día de nuestro trabajo en este hospital, donde contamos con un elemento clave: las enfermeras, que con frecuencia vienen a decirnos: “Perdonen: ¿Podrían atender al enfermo de la habitación tal y tal? Es un hombre mayor, que ha perdido la esperanza y sólo desea morirse…  No come desde hace varios días y no hay forma de darle la medicación. Podría mejorar y reponerse si pusiera  algo de su parte… si no, no llegará al fin de semana.  Y su familia  no sabe qué hacer”.

¿Qué haces en esos casos? Te encomiendas al Señor, te vas para allá y te presentas en la habitación del enfermo, diciéndole que vienes de parte de la enfermera: “Buenos, días, ¿qué tal vamos? ¿Cómo  se encuentra…?” Comienzas a hablar, y compruebas, día tras día, como Dios removiendo las almas, ayudándolas en esos momentos difíciles, dándoles  fortaleza  para seguir luchando. Un día y otro, vas palpando la gracia, y comprendes que todo lo hace Él”.

Siempre pendientes del buscapersonas

El equipo de capellanes del Miguel Servet reparte su trabajo en tres turnos. Están siempre pendientes del buscapersonas, dispuestos a atender cualquier necesidad o urgencia que surja. “Hay pacientes que pasan periodos largos en el Hospital, pero no es habitual: la mayoría  sólo están aquí tres o cuatro días, para un chequeo para una revisión o algo más grave. Con frecuencia son días de incertidumbre, en los que se plantean muchas preguntas: “ayer estaba con salud, trabajando, lleno de ilusiones y de esperanza… y hoy, de pronto, me encuentro aquí, esperando un diagnóstico de vida o muerte”. Cuando nos ven, muchos vienen a desahogarse y a charlar, y en la mayoría de las ocasiones se van con una nueva visión de su existencia y con deseos de recomenzar  su vida cristiana.

Afortunadamente, la mayoría de los que trabajan en este hospital son personas creyentes o respetuosas con las convicciones religiosas de los demás. Recuerdo que hace tiempo una familia que me pidió que fuese a la UCI, a dar la Unción de los enfermos a una madre  joven, de unos 30 años,  que acababa de dar a luz y se estaba muriendo. Le pedí permiso al intensivista para que dejase pasar un momento a la familia durante la ceremonia, aunque estábamos fuera del horario.

Nos dio permiso, aunque me explicó que él no era creyente. “Pero dense  prisa –nos dijo- porque le queda poco tiempo de vida”. Afortunadamente,  esa mujer salió adelante. Luego he conversado en varias ocasiones con ese profesional que tuvo una actuación tan comprensiva y respetuosa.

Pero no siempre los pacientes salen adelante, y en esos casos el sufrimiento del enfermo y de sus familias te afecta profundamente. A mí me reconforta mucho el ejemplo y

las enseñanzas de san Josemaría, que gastó tantos años de su juventud en la atención espiritual y humana de los enfermos, y de las personas más necesitadas. Me encomiendo a él, y le pido ayuda para acercar a Cristo y a la Iglesia a los que me rodean. 

Afortunadamente, los sacerdotes que trabajamos aquí no estamos solos. Contamos con la ayuda de tantos buenos profesionales, y de muchas personas generosas, como los voluntarios, que vienen a visitar a los enfermos que no tienen familiares o los tienen muy lejos y se encuentran más necesitados de compañía y afecto.  Suelen ser jóvenes estudiantes o personas ya jubiladas que nos ayudan a darles el calor espiritual y humano que necesitan”