El Evangelio de Judas: Frenesí gnóstico

No sé si cada vez que se anuncie el hallazgo de nuevos evangelios apócrifos o fragmentos papiráceos coptos perdidos, algunos se seguirán estremeciendo y replanteándose su vida, según el último descubrimiento -mejor aún si el descubridor es un "simbólogo" y de Harvard-. En medio de esta especie de frenesí gnóstico en algunos ambientes, es muy fácil olvidar aspectos históricos que conviene recordar.

Los primeros seguidores de Jesús transmitían la buena nueva a judíos y paganos que vivían entre doctrinas filosóficas y religiosas que fascinaban por su pretendida sabiduría y ritos misteriosos. A los cristianos se les consideraba erróneamente como metidos en un gueto por no asistir a las eróticas representaciones teatrales en honor a los dioses. Eran incomprendidos porque rehusaban acudir a ver gladiadores descuartizarse, por negarse a realizar los sacrificios que reconocían al emperador como un dios y por rebelarse ante la prostitución sagrada imperante. Si no asistían era porque el concepto de ser humano que tenían era muchísimo más elevado que el del paganismo.

Extendida calumnia. Tácito los llamará "estirpe con odio al género humano". Celso sembrará sospecha sobre ellos; manifestará que, como dicen no servir a dos señores, amenazan con ser "un Estado dentro de otro Estado" y ponen en peligro el Imperio. Minucio Felice dirá que son una "raza solapada y tenebrosa, muda en público, pero charlatanes en sus recovecos solitarios", refiriéndose a la extendida calumnia de que los cristianos se apartaban de los demás para tener a escondidas festines donde devoraban carne humana. Afirmaba como real lo que era solo imaginación. Los cristianos no hacían más que asistir a la santa misa.

Los primeros tres siglos de cristianismo son la primera edad heroica de los mártires. Si esas comunidades cristianas no hubieran creído que Jesucristo era Dios, jamás hubieran llevado su ideal al extremo de dar su vida por Él.

En medio de estas penurias, siendo minoría y perseguidos -hubo unas 10 grandes persecuciones en esos 300 años antes del Edicto de Milán (313 d. C.) y del Concilio de Nicea (325 d. C.)-, las primeras comunidades cristianas reconocen como auténticos cuatro Evangelios escritos en el siglo I: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Refutación y destrucción. En el siglo II, Ignacio de Antioquía -camino al martirio-, Justino, Policarpo de Esmirna, Melitón de Sardes y Atenágoras, entre otros, y el escrito conocido como la Didaché, nos presentan a Jesucristo como Dios, continuando así con la tradición heredada de los apóstoles. San Ireneo de Lyon, en su Denuncia y refutación de la falsa gnosis, mejor conocida como Adversus haereses, escrita alrededor del 180 d. C., defiende los cuatro Evangelios y se enfrenta con unos contrincantes de múltiples facetas llamados gnósticos, que escribirán varios de los textos que conocemos hoy como evangelios apócrifos y evangelios gnósticos.

El llamado "evangelio de Judas" -manuscrito localizado hace casi 25 años, pero estratégicamente hecho público en la cuaresma del 2006, aprovechando la agitación provocada por novelas como la de Brown- es uno de aquellos y no es novedad: un evangelio hasta ahora desaparecido, conocido como de Judas Iscariote, fue rechazado por las primitivas comunidades cristianas; lo testimonian Ireneo, Epifanio y Teodoreto Cirense.

Ni los gnósticos ni sus evangelios son cristianos: no reconocen a Cristo como Dios, sino como un intermediario cósmico llamado eón. Dirá San Ireneo, en el siglo II, refiriéndose a los gnósticos: "Dan muestras de vanidad, ignorancia y atrevimiento, aquellos que destrozan la forma del Evangelio, y que o aumentan o disminuyen el número de los Evangelios: algunos lo hacen para presumir de haber encontrado algo más de la verdad, otros, para condenar el plan salvífico de Dios".

Joaquín Trigueros León, La Nación, Costa Rica, 12 de abril del 2006