Homilía de Benedicto XVI en la apertura del Sínodo

El Santo Padre presidió la concelebración eucarística del pasado domingo 2 de octubre, con ocasión de la apertura de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo con el que finaliza el año de la Eucaristía.

En la homilía, el Papa comentó la lectura de Isaías y el Evangelio del día, que ofrecen la imagen de la vid. "Dios nos espera. (...) Precisamente en este momento (...) en el que inauguramos el Sínodo sobre la Eucaristía, sale a nuestro encuentro. ¿Encontrará una respuesta? O es que con nosotros ocurre como con la viña, de la que nos habla Dios a través de Isaías: "Èl esperó que produjera uva , pero ésta era uva selvática?". ¿No suele ser nuestra vida cristiana mas vinagre que vino? ¿Autoconmiseración, conflicto o indiferencia?".

Benedicto XVI afirmó que "la uva buena que Dios se esperaba -como dice el profeta- habría consistido en la justicia y en la rectitud. (...) La uva selvática es más bien la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia". En el Evangelio, "la vid produce uva buena, pero los viñadores se la quedan; no quieren tener un dueño. (...)

"Nosotros humanos, a los cuales la creación, por así decirlo, nos ha sido dada para ser administrada, la usurpamos. Queremos ser los únicos propietarios en primera persona . Queremos poseer el mundo y nuestra propia vida de manera ilimitada. Dios es un obstáculo. O se hace de Èl una simple frase devota, o Lo negamos del todo, proscrito de la vida pública, hasta el punto de perder todo significado".

"La tolerancia que, por así decirlo, admite a Dios como opinión privada pero lo niega públicamente, no es tolerancia, sino hipocresía . Sin embargo, allí donde el hombre se alza en único señor del mundo y dueño de sí mismo, no podrá existir la justicia. Allí puede dominar sólo el arbitrio del poder y de los intereses".

El Santo Padre señaló que en las lecturas de hoy, el "juicio anunciado por Jesús se refiere sobre todo a la destrucción de Jerusalén en el año 70. Pero la amenaza también nos afecta a nosotros, a la Iglesia en Europa y a Occidente en general".

"El Señor grita también en nuestros oídos las palabras que en el Apocalipsis dirigió a la Iglesia de Èfeso: "Iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes". También a nosotros nos pueden quitar la luz. (...) "¡Ayúdanos a convertirnos! ¡Danos la gracia de una verdadera renovación! ¡No permitas que la luz que vive en nosotros se apague!".

"Llegados a este punto, sin embargo, surge en nosotros la pregunta: ¿Es la amenaza la última palabra? ¡No! La promesa existe y es ésta: (...) "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto" (Jn 15,5). (...) Este es el verdadero final de la historia de la viña de Dios. Dios no fracasa. Al final Èl vence, vence el amor".

"Estas parábolas desembocan al final en el misterio de la Eucaristía, en la que el Señor nos dona el pan de la vida y el vino de su amor y nos invita a la fiesta del amor eterno. (...) Si permanecemos unidos a Èl, entonces también nosotros produciremos frutos, y entonces ya no saldrá de nosotros el vinagre de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el vino bueno de la alegría en Dios y del amor al prójimo".

Benedicto XVI terminó invocando la gracia del Señor para que durante el Sínodo "no sólo digamos cosas bellas sobre la Eucaristía, sino que sobre todo vivamos de su fuerza".

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