Santificar la vida ordinaria

Tres intervenciones de San Josemaría sobre la santificación de la vida ordinaria.

Tres intervenciones de San Josemaría sobre la santificación de la vida ordinaria.

CAMPUS DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA PAMPLONA (ESPAÑA). HOMILÍA, OCTUBRE DE 1967

Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y dijo que era bueno. Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades. No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios.

Por el contrario, debéis comprender ahora —con una nueva claridad— que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir. (...)

No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver —a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares— su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo.

PALACIO DE CONGRESOS ANHEMBI (BRASIL) 1-VI-74

(A veces me pregunto por qué hay tan pocos santos de Brasil, el país más católico del mundo. ¿Podría hablarnos un poco sobre eso?)

¡Oye, hijo mío! Los santos no hacen ruido. Probablemente, cerca de ti habrá tantas personas que a los ojos de Dios son muy agradables y verdaderamente santas. (...)

Almas santas hay, y no pocas: ¡muchas!

Y además el Señor nos pide a todos nosotros —y a ti y a mí también— que seamos santos. Y no lo digo yo, Él: estote perfecti, sicut Pater meus caelestis perfectus est!; sed santos, como es santo mi Padre celestial. (…) Lo dice a todos, ¡a todos!: a los casados, a las casadas, a los solteros, a los obreros, a los intelectuales, a los campesinos... ¡A todos!

TEATRO COLISEO, BUENOS AIRES (ARGENTINA). 26-VI-74

Hemos de ser santos. ¿Cómo? Pues muy sencillamente como hombres, como hombres que tienen la gracia de Dios, porque sin la gracia divina y la protección de la Madre de Dios no haríamos más que bobadas: como un niño pequeño sin el cariño de la madre, sin el cuidado del padre, sin la protección del padre no haría nada, no podría defenderse.

Delante de Dios, que es eterno, tú y yo —pues sobre todo yo, que ya voy entrando en años, pues al lado de todos soy un niño— no nos podemos dar mucha importancia. Y esto es lo bueno de nuestra vida de hombres: que somos pequeños y Dios nos ayudará a ser santos, cumpliendo nuestros deberes de estado: si tú eres casado, queriendo mucho a tu mujer, queriendo mucho a tus hijos, cuidándote por ellos, cuidándolos a ellos, trabajando en tu labor profesional, con sentido de justicia, siendo generoso; cumpliendo, además de los deberes de justicia, los de la caridad, que es meter el corazón en las cosas terrenas. Si no, la vida es muy dura, muy seca. Pongamos el corazón; pongamos la caridad de Cristo, y así todo es suave en la vida, no hay violencias. Y tú no las quieres las violencias; y yo tampoco. Vas por camino de ser santo. Siéntate tranquilo, que vas bien.

(Gracias, Padre)