Un gran encuentro

"La llamada personal, el encuentro de un alma con Dios y lo que allí sucede dentro, es mejor guardarlo para siempre como un tesoro". Ofrecemos el relato de una persona a quien Dios llamó a santificarse según el espíritu del Opus Dei. "Dios no podía pedirme que me olvidara del mundo, ese mundo que un día creó para mis ojos", dice. Publicado en La tribuna de Albacete.

Hace unos días y paseando por Valencia tuve la suerte de tropezarme con un chico que hacía muchos años que no veía, y ni sabía nada de su vida, y después de darnos los abrazos de rigor nos fuimos a tomar unas cervezas y a que me contara cosas de su vida. "Mira Ramón -me dijo-, cuando terminé mi etapa de estudios, me matriculé en una escuela de Decoración en Madrid, y durante esa época, la tormenta interior que dominaba mis años de colegio pareció que se apagaba, dando paso a una calma quieta en la que, sin que estuvieran ausentes mis diálogos con Dios, ya no eran tan ardientes como antes (cuando tú me conociste)".

"No soy capaz de encerrar en los moldes de unas simples palabras el universo sin límites que descubrí cuando conocí el espíritu del Opus Dei, sólo sé que aquello transformó mi vida para siempre. Creo que es casi imposible trasladarle a nadie una sensación tan privada y sobrenatural. La llamada personal, el encuentro de un alma con Dios y lo que allí sucede dentro, es mejor guardarlo para siempre como un tesoro; pero esto no significa que yo deba atesorarlo solo, muy al contrario, toda mi obsesión desde aquel día fue meter a Dios en cada centímetro cuadrado de la tierra, porque Dios también había querido servirse de otros como yo para meterse en mi vida"; así se me explicaba mi buen amigo Francisco.

"Mi espíritu soñador, idealista y furiosamente humano me impedía abandonar el mundo para seguir a Cristo y, si embargo, yo sabía que tenía que seguirle irresistiblemente. Algo estaba fallando, yo no podía renunciar al mundo; el mundo era un himno que yo tenía que cantar, una aventura que yo tenía que vivir, un combate que yo tenía que pelear: Dios no podía pedirme que me olvidara del mundo, ese mundo que un día creó para mis ojos. Si ese mundo estaba hecho por Él, si sus pies habían pisado nuestros caminos, si sus ojos habían recorrido todos nuestros paisajes y sus manos habían trabajado durante años, si esas manos divinas habían curado todas las miserias y su corazón se había rendido de amor ante los hombres; si su cuerpo había sentido las caricias de una Madre y su sangre había empapado nuestra tierra...¿ cómo es que había que huir del mundo para encontrar a Dios?"

Y él con su euforia su optimismo, hizo que me sintiera en otro mundo por unos momentos, me decía Ramón: "el mensaje del Fundador del Opus Dei contestaba todas mis preguntas y proyectó una luz tan poderosa sobre mi camino que todavía hoy, después de tantos años, sigue resplandeciendo sobre mi vida cada mañana y sigue cautivándome con la misma fuerza que la primera vez. Dios se había enamorado de los hombres y a todos nos pedía amor, pero no para que le diéramos algo que no tuviera, puesto que es el dueño de todo, sino para darnos Él a nosotros todavía más. La obra de la Redención, la locura de amor de la Cruz, era demasiado grande para que sólo se enteraran de ella unos pocos. A todos nos alcanzaba esa predilección, todos estábamos llamados a la santidad y el mundo era el lugar de nuestro encuentro con Dios".

Decía mi amigo: "desde pequeño aprendí que todo es grande si está hecho con amor y por amor y Amor y que, en la vida del hombre, lo divino y lo humano se mezclan haciéndose una misma cosa; entendí que a todos nos llamaba Cristo a santificar el mundo desde dentro y a descubrir los destellos divinos que esconde cada ser humano. Dios cuenta con cada uno de nosotros allí donde nos ha colocado. El empeño que Cristo tiene en que cumplamos su voluntad no es un capricho de tirano, ni un abuso de su autoridad indiscutible, no es para su propia satisfacción, ni para sentirse obedecido. Es sencillamente para que seamos felices nosotros. Es porque Dios es el único que sabe que el hombre necesita volver a ser semejante a Él, para ser feliz".

"La clave de ese sometimiento a su voluntad -seguía insistiéndome mi buen amigo-, no está en la rendición del débil ante el más fuerte, sino en la confianza y la seguridad del hijo que se fía de su padre porque está seguro de que sabe más y ve desde más alto. Nosotros apenas logramos ver más allá de lo que abarcan nuestros ojos y entendemos apenas lo poco que nos da de si nuestro limitado entendimiento; Dios, sin embargo, ve nuestra vida entera, todas las vidas a la vez y la eternidad. Cristo espera que luchemos, porque sabe que detrás de esa lucha está la victoria; nos golpea como el escultor hiere el mármol para sacar de nosotros la belleza; nos pide que nos levantemos del barro porque sabe que tenemos alas para volar; nos exige porque no quiere vernos vivir como mendigos, sabiendo que somos hijos de Dios".

Si conseguimos, entre todos, meter a Dios en medio del mundo, si le hacemos un hueco en cada casa, en cada familia, en cada vida y compartimos con Él nuestras acciones cotidiana, nuestra pequeña aventura de cada día con sus luces y sombras, lograremos con toda seguridad la felicidad, la paz y la alegría ya en este mundo. Al lado de Dios jamás pueden ser iguales los días aunque hagamos

Siempre lo mismo. Y el peso de esa cruz, que todos arrastramos a lo largo de la vida, se aligera si volvemos la mirada hacia Él, porque entonces es Cristo quien carga con ella.

En el camino, hay un tiempo para trabajar y un tiempo para descansar... En todo tiempo ama y sé feliz. Cuando te alegras y buscas la alegría de los demás, algo muy florece en el mundo y en tu corazón. Dios es como la Fuente de la cual cada uno coge como lleva el Vaso.

Ramón Baena// La tribuna de Albacete