ISIDORO EN MADRID

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

La capital, por supuesto, no es todo el país. Pero en el Madrid al que llega Isidoro, por la mañana del 7 de junio de 1936, pulsa con particular nitidez el latido descompuesto, convulso, de una España enferma.

Las masas proletarias, que dieran al Frente Popular su triunfo electoral en febrero, son las dueñas efectivas de la calle, donde provocan desórdenes de todo género. Entre otros, el de las huelgas salvajes. El 26 de mayo se había declarado la de camareros. Los sindicalistas hacen estallar bombas en los bares y cafés que abren sus puertas.

El 2 de junio se han sumado al paro los obreros de la construcción y, por simpatía, otros gremios: cierran los almacenes de cristalería, fontanería, instalaciones eléctricas, etcétera. No se reparan los desperfectos en las vías públicas, ni se cavan sepulturas nuevas. Los huelguistas reciben vales para comer en centros benéficos; pero prefieren exigir que los alimenten gratis en restaurantes y figones, que invaden, una vez terminado el paro de los camareros, al que seguirán los de sastres, obreros de la madera, y hasta de ciegos callejeros, que se declaran en huelga de hambre.

El gabinete de Santiago Casares Quiroga declara su beligerancia antiderechista, en un intento por conservar su prestigio entre las turbas. El 16 de junio, en histórica sesión parlamentaria, Gil Robles enumera los desmanes sufridos por España en los últimos cuatro meses: 160 iglesias destruidas y 215 asaltadas; 269 asesinados y 1.287 heridos; 138 atracos consumados y 23 intentados; 69 centros, políticos o particulares, destrozados y 312 asaltados; 133 huelgas generales y 228 parciales; 10 periódicos totalmente destruidos y 33 en parte; 146 explosiones... A la denuncia sigue un durísimo debate entre José Calvo Sotelo, jefe del Bloque Nacional, y Casares Quiroga. No faltan veladas amenazas por parte del presidente a la persona del diputado monárquico.

El ex-ministro socialista Francisco Largo Caballero, a quien llaman el «Lenin español», se distancia de los sectores moderados de su partido y fomenta la unión con los comunistas. Promueve alardes de fuerza en Valencia, Segovia, Córdoba, León, Huelva, Oviedo y otras capitales: «Es necesario y muy urgente —dice— acelerar la organización del ejército rojo». El objetivo de tales milicias es «sostener la guerra civil que desencadenará la dictadura del proletariado».

Por su parte, la Unión Militar Española (UME) viene preparando un golpe que ponga fin al caos nacional, sin por ello abandonar la institución republicana. El gobierno tiene noticia de estas conspiraciones, que sólo adquieren visos de seriedad cuando toma sus riendas el general Emilio Mola.